Desprenderse de todo lo que uno ha vivido duele, saber que en el camino
tenemos que ir dejando a un lado a personas, momentos y lugares porque ya no
nos pueden acompañar en nuestra vida, duele, y mucho.
Lo sabemos tan bien que preferimos ignorarlo para evadir un sufrimiento
que es ineludible, pero necesario para nuestro crecimiento. Como saber que
parte de ti muere todos los días y que, a pesar de ello, no estás preparado
para morir; que la juventud es sólo un proceso y la vejez un resultado; que los
cambios son inevitables al igual que las lágrimas y las risas; que perder y
ganar pueden ser un gran equilibrio al final.
Sabemos que desprendernos duele porque es un proceso indispensable para
nuestra evolución como seres humanos y, por lo tanto, es muy sano. Es una
invitación para seguir adelante y para vivir mejor. Hoy es diferente de ayer y
tienes que vivir con lo que haces hoy, no con lo que hiciste ayer.
El desprendimiento es un gran maestro. Se nos olvida que llegamos
desnudos al mundo, nada nos pertenece. Nacemos empacando una maleta que nos
acompañará a lo largo de nuestra vida, la cual tendrá que estar vacía al final,
porque los equipajes pesados no se llevan cuando morimos, por salud espiritual.
Uno aprende la lección cuando se desprende del momento. A mí nadie me
enseñó cómo se tiene que enterrar a un ser querido, lo aprendí cuando no tuve
más opción. ¿Qué me enseñó? Que sigo vivo, enterré a otra persona, yo aún tengo
batallas que librar porque lo único que no puedo perder, todavía, es la vida.
Nos enseñan a vivir, pero no a morir; a seguir lo que dicta la ley
cívica, la moral y lo tradicional, pero nadie nos enseña a ser auténticos.
Tenemos que ir lidiando y robando personalidades que no son la nuestra, hasta
encontrarnos con nosotros mismos. Y el día que eso pasa nos desprendemos de
todo lo demás, de todo lo que aprendimos y de todas las mentiras que creímos,
porque ya no las necesitamos. De hecho, ya nos pesan en nuestro andar.
Puedo compararlo con la piel de una cebolla. Hay que ir perdiendo capas
para llegar al corazón, a lo que importa para ser más ligeros y, con ello, más
felices.
Desprenderse de las palabras; hablar menos, pero escuchar más. Soltar
las críticas. Las opiniones de los demás son sólo eso, opiniones, y no son
mías. ¿Por qué creerlas y conservarlas?
Que cada quien cargue con su cruz. Despréndete de los juicios.
Empieza el año, los proyectos, los finales y los comienzos. Llega el
momento en que la toma de decisiones es fundamental, así que no tengas miedo a
la hora de decidir algo nuevo o diferente. Admírate por tener el valor de tomar
decisiones.
No importa qué tan grandes o pequeñas sean, todas harán eco en tu
vida. Pero, sobre todo, toma la decisión de desprenderte y… ¡asómbrate!, que ya
verás lo que pasa a continuación. Muchos le llaman “libertad”.
Me gusta retratar la vida diaria y los problemas que nos rodean.
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