Estamos nuevamente frente al teclado intentando darle forma
y contenido a una vertiente, que, cual si fuese la lava ardiente de un volcán,
fluye desde mi mente al bombeo de los latidos del corazón y se desliza por
todos mis sentidos para alojarse en el alma misma, como lo haría un ave que
atisba el lejano horizonte antes de verse impulsada a levantar vuelo.
El encuentro cotidiano con la realidad que nos circunda, nos va dejando una corteza
protectora que tienden a insensibilizar nuestro cada vez más escaso sentido de
la solidaridad, aunque conservemos nuestra capacidad de ponernos en el lugar
del otro, sobre todo en el lugar de los que sufren las consecuencias del drama
humano de la existencia, difícilmente tal preocupación pase de un mero y
efímero paréntesis, un sedante para la conciencia que adormecida buscará amparo
en la auto evasión.
El uso cada vez más frecuente de las redes sociales nos
permite intercambiar opiniones con un sinnúmero de contactos,
conciudadanos de un mundo virtual de
perfiles aparentes donde las imágenes se contrastan con el fondo de pantalla de
nuestro ordenador, como si fuesen
luciérnagas que danzan entre la floresta
con sus luces intermitentes, de tal modo que pareciera que tratasen de
coquetear con las estrellas que les observan desde lo alto del firmamento.
Nuestra mayor comunicación
a través de los diversos medios que están a nuestro alcance, no implica
necesariamente un mayor compromiso social, en este sentido nos limitamos a la
emisión de enunciados fácilmente digeribles, bosquejamos nuestro sentir sin
definir con precisión el grado de
compromiso que estamos dispuestos a
asumir ante una situación dada.
El ritmo de vértigo de las comunicaciones ha reducido
nuestra capacidad de diálogo a un elemental
intercambio de pareceres que redactamos prescindiendo del lenguaje
cultivado, redactamos y recibimos flashes informativos tan escuetos que
difícilmente alguien ocupe algo más de una frase medianamente elaborada, pareciera
que mientras estemos supeditados al factor tiempo como determinante de nuestras
acciones , y cuánto más extensa sea
nuestra lista de contactos, mayor será la masificación y por ende menor su
contenido cultural.
Su definición ha ido mutando a lo largo de la historia: desde la época del Iluminismo, la cultura ha sido asociada a la civilización y al progreso.
En general, la cultura es una especie de tejido social que abarca las distintas formas y expresiones de una sociedad determinada. Por lo tanto, las costumbres, las prácticas, las maneras de ser, los rituales, los tipos de vestimenta y las normas de comportamiento son aspectos incluidos en la cultura.
Otra definición establece que la cultura es el conjunto de informaciones y habilidades que posee un individuo. Para la UNESCO, la cultura permite al ser humano la capacidad de reflexión sobre sí mismo: a través de ella, el hombre discierne valores y busca nuevas significaciones.
No obstante lo expuesto en este artículo, se impone una reflexión relacionada con la importancia del contenido de nuestras expresiones , hace unas pocas horas recibí este mensaje de una querida amiga:
“Nunca dejes de sonreír ni siquiera cuando estés triste porque nunca sabes quién puede necesitar esa sonrisa!!”
Imma Barba LLaurens
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