miércoles, 23 de noviembre de 2016

Obsecuencia


“Es así que los despreciables obsecuentes se desviven en brindar celeridad ante el menor requerimiento sugerido, o festejan cualquier nimia ocurrencia de aquel individuo a quien desean servir. A veces, sobreactúan de un modo patético.
En algunos casos, quizás este accionar tenga su origen en un sentimiento íntimo de inferioridad, o asuman esa conducta con la malsana y perezosa intención de aventajar a otros semejantes —por lo general más capaces y laboriosos que ellos— para obtener un mejor reconocimiento en el grupo de pertenencia. Cuanto menos informal sea la organización donde se hallen, mayor será el daño ocasionado por estos individuos.
Este panorama se torna deleznable cuando tanto el subordinado como el supuesto líder son obsecuentes ambos. En estos casos, el resultado será fatalmente malo para cualquier grupo humano que los cobije. El jefe obsecuente no podrá entender la conducta de ninguno que no aplique la obsecuencia ciega hacia su persona. Automáticamente verá en él una amenaza a su liderazgo: nada peor para un vicioso que la virtud en un subalterno.
Hay veces en que el obsecuente cree que brinda sus favores a alguien menos capacitado que él, con lo cual siente un íntimo regocijo al pensar que, mediante sus artilugios de manifiesta obediencia y recepción de favores, maneja desde las sombras la situación. En verdad, los hechos se suceden por mera casualidad.
He visto como algunos pobres diablos tratan de hacer méritos mediante obsequios desmesurados a sus líderes; cuando en realidad debiera ser al revés, pues quien obtiene un mayor beneficio de un buen resultado es quien está a cargo y —por tal razón— debiera estar agradecido a todos aquellos que lo hicieron posible.
Existe desde aquel pequeño alumno mediocre, que entrega un regalo exagerado a la maestra, en busca de buenas calificaciones, hasta el empleado que se tira de cabeza a un pozo lleno de barro, para socorrer a su jefe, que ha tropezado dentro del mismo, en un afán desmedido por lograr un evasivo aumento de sueldo o un inmerecido ascenso.
La Argentina —como todos sabemos— es un país extraño. En él la norma es la anomia, razón por la cual, las artes de la obsecuencia son favorecidas.
En algunos raros casos, donde no se practica este fenómeno, tal situación se debe a que el subalterno es un familiar cercano de alguien con mucho poder. En estos casos resulta gracioso ver al jefe prodigando favores al subalterno.
Por estas razones, me resulta verdaderamente cómico escuchar esos argumentos sobre el reconocimiento recibido por este Fulano, o aquel Mengano, en función a su gran capacidad y logros obtenidos, cuando en realidad me consta que los personajes premiados sólo son mediocres… y obsecuentes.
El accionar de los obsecuentes torna muy difícil para el virtuoso encarar actividad alguna con un nivel de éxito significativo. Alcanzar un resultado, que luego pudiese depararle algún tipo de reconocimiento, le resulta una empresa casi imposible: no está preparado para resistir las argucias y zancadillas que le propinará el otro. Una situación que pudiera resultarle favorable y ser visible a los ojos de todos, no pasará desapercibida para quien pueda sentirse amenazado en su impericia o falta de capacidad.
En su argumentación para desmerecer al laborioso nunca faltarán argumentos: demasiado celo por su profesión que le impide ver la realidad con mayor claridad, tener un mal carácter, ser egoísta, ser petiso, ser gangoso, o ser negro.
Por eso, algunos pobres a los que en el reparto de dones les fue mal, sabedores de sus límites, finalmente no les quedará más remedio para progresar que hacer méritos y congraciarse con sus jefes. Y como saben de antemano que no tienen la capacidad intelectual para merecer ascensos, el único camino que se les ocurre es el de la obsecuencia.
Pero —como decía mi abuela—, “más vale caer en gracia, que ser gracioso”; por lo que a veces más que lograr sus fines, estos desdichados ponen aún más en evidencia sus limitaciones y terminan haciendo el papel de bufones.
Entre los de su especie, su arsenal está pletórico de las artes de la calumnia y el chisme; armas que utilizan con predilección sobre aquellos otros a los que su pobre razonamiento hace ver como rivales que deben vencer.
En este juego maléfico rápidamente recibe buenas dosis de su propia medicina, aplicada por parte de otros obsecuentes como él: estas dosis suelen ser fatales sobre él. Por el contrario, para quienes no necesitan mentir sus capacidades —pues son evidentes— esos ataques sólo les causan un daño momentáneo; aunque tal benignidad es cierta solamente si tuvieren otra oportunidad para mostrar su valía, entonces demostrarán tal equívoco y —en este caso— será el obsecuente quien terminará cuestionado.
Pude observar que generalmente se forma una pareja inseparable: el obsecuente y su jefe mediocre. En este nefasto dúo, uno de ellos se encarga de obtener todo tipo de información que desmerezca a sus compañeros, es el alcahuete, lo que es utilizado luego por el otro para cortar cualquier posibilidad de reconocimiento hacia alguno de sus dirigidos, en especial aquel que pudiera eventualmente convertirse en reemplazante suyo, o —lo que es peor— pudiera poner de relieve su poca capacidad para ocupar esa posición de privilegio. A cambio, prodiga escasos beneficios al obsecuente que le hace tal favor.
Si un obsecuente progresa, junto con él progresará su metodología de trabajo. Malos días le esperan a esa organización. Y aunque —por incompetente—  finalmente el obsecuente termine relevado, habrá ocasionado ya un grave daño a todos.
También me consta que, en otros casos, la obsecuencia es una burda actuación a tiempo completo, pero dirigida hacia un fin determinado: la obtención de un favor.
Esto es muy común en la política, donde la gente se arrima a los políticos con el solo fin de obtener un beneficio dado, que bien puede variar desde una pensión o subsidio, hasta una beca de estudio para un hijo o la asignación de una vivienda en un plan del gobierno, o aún un puesto de trabajo —aunque más no fuera temporario— para alguno de la familia.
En esas personas su lealtad hacia los postulados y objetivos que defiende ese político durará lo mismo que la paciencia que tengan para esperar por aquel beneficio. Llegado a ese punto, para el logro de su meta, el obsecuente se venderá al mejor postor.”

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