La práctica de la lectura es una fuente de
reflexión, de imaginación, de crítica y de aventura, pero parece una actividad
cada vez menos cultivada. En este contexto existen, no obstante, iniciativas
como el Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación, o tendencias como
la mayor utilización de las bibliotecas en las escuelas de la ciudad, que deben
consolidarse con políticas adecuadas.
La lectura se encuentra relegada por creciente
importancia de las imágenes y de la representación visual, una tendencia
motorizada por el impacto de la televisión y, fundamentalmente, la tecnología
digital. Ante tal realidad, algunos pensadores han advertido que estos medios
técnicos de reproducción van paulatinamente haciendo decrecer el interés por
los libros y por la lectura, lo cual reduciría los umbrales de comprensión, de
crítica y de autorreflexión de las personas.
A pesar de esta tendencia, en los países
desarrollados los estudiantes leen varios libros a lo largo del año escolar y
la industria cultural incrementa el número de títulos editados. En los países
más pobres, los libros son objetos caros y la lectura suele verse como poco
útil. En nuestras escuelas ha ido decreciendo la cantidad de libros utilizados
por los alumnos, a la par que los estudiantes parecen poco interesados en la
lectura, sea por suponer que ella no los ayudará a concretar algún progreso social,
sea por el prejuicio de que la lectura no sería un buen medio de
entretenimiento. Además, nuestra literatura no despierta el interés de un
público amplio y la industria del libro se achica a la vez que se adapta al
gusto propio de un cuadro de marcado deterioro cultural.
Así, la lectura corre el riesgo de convertirse en
una práctica marginal, subalterna, para muchos integrantes de la sociedad,
haciendo que muchos jóvenes —que las estadísticas calificarían como
alfabetizados— se hallen con graves obstáculos a la hora de enfrentarse con la
exigencia de reflexionar, de resolver problemas, de imaginar, de comprender, de
argumentar y de representar discursivamente algo. Y es que la carencia del
hábito regular de la lectura empobrece el lenguaje, limita los recursos
expresivos y suele debilitar el entusiasmo por entender la naturaleza, por
participar de la vida social y por explorar qué es lo que uno quiere y puede
ser.
Sin la compañía de los libros es más difícil hallar
preguntas y esbozar respuestas; sin ellos parece improbable imaginar
alternativas; sin la lectura desaparece todo un infinito de mundos posibles y,
sin ellos, la sociedad y las personas se empobrecen.
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