sábado, 4 de julio de 2020

Epidemia Mundial


El estrés ha sido definido por la OMS como una “Epidemia Mundial”. En el año 2020, las cinco enfermedades mundiales más comunes tendrán como factor subyacente el estrés (Murray y López, 1998), siendo una de ellas la depresión.
Las encuestas muestran que el 80% de los trabajadores siente o ha sentido estrés en su empleo.

Cuando no sabemos cómo manejar nuestro estrés, creamos un insostenible estado interior que deriva en trastornos de ansiedad. El 14% de la población mundial padece este trastorno (porcentaje que crece a un ritmo vertiginoso), y casi la mitad de los adultos han sufrido al menos un trastorno del estado de ánimo a lo largo de su vida.

Cabe destacar que, a nivel biológico, miedo, estrés y ansiedad son esencialmente lo mismo, solo cambia la forma en la que los interpretamosCuando estrés, ansiedad y miedo son perpetuados, las probabilidades de sufrir depresión aumentan dramáticamente.

El consumo de antidepresivos se ha triplicado en los últimos 10 años, y en el año 2020 la depresión severa se situará como la tercera causa de enfermedad en el mundo.

Las más recientes investigaciones en neurociencia señalan que nuestro estado psíquico está directamente relacionado con nuestro estado de atención.

El acto de centrar y enfocar nuestra atención es un importantísimo proceso biológico diseñado para cultivar salud y equilibrio en nuestras vidas: promueve la creación de nuevas conexiones neuronales e incluso el crecimiento de nuevas neuronas, lo que se conoce como neurogénesis, un proceso que no posee limitaciones de edad (contrariamente a lo que muchos piensan).

Hoy sabemos que el origen de nuestra opresión interior/psíquica es básicamente una fijación mental. Ya sea a través del recuerdo de un evento pasado doloroso/traumático o las elaboraciones imaginarias acerca de un futuro potencialmente negativo, vamos creando y reforzando los correlatos neurales que conducen al sufrimiento.

Cuando el terapeuta no sabe cómo guiar a sus pacientes en la adquisición de habilidades que les permitan hacer frente a la constante opresión que la fijación mental ocasiona, suele recurrir a los psicofármacos, que alteran el estado de atención de forma antinatural, no suelen ofrecer una solución real al problema y generan innumerables efectos secundarios.

Cada vez que nos centramos obsesivamente en los pensamientos dolorosos, enviamos una orden directa al cerebro para que construya los indeseables circuitos neuronales que nos mantendrán fijados en esos pensamientos. Allá donde nuestra atención se dirige, las neuronas responden al instante. O dicho de otro modo: si perdemos el control sobre nuestra atención, perdemos también nuestra voluntad y nuestra capacidad de elegir conscientemente la forma en que respondemos ante los eventos que surgen momento a momento (ya sean pensamientos, emociones o eventos del mundo exterior).

La voluntad actúa a través de la atención. Nuestra atención dirigida magnifica, estabiliza, aclara y da predominancia a un pensamiento sobre muchos otros pensamientos. Y al hacer esto, las neuronas que responden a lo que atrae nuestra atención se activan con más fuerza que las activadas en respuesta a la distracción.

El acto de prestar atención contrarresta fisiológicamente las influencias supresoras de las distracciones cercanas, y la voluntad es la virtud que hace posible esta transformación.


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