El estrés ha
sido definido por la OMS como una “Epidemia Mundial”.
En el año 2020, las cinco enfermedades mundiales más comunes tendrán como
factor subyacente el estrés (Murray y López,
1998), siendo una de ellas la depresión.
Las encuestas muestran que el 80% de los
trabajadores siente o ha sentido estrés en su empleo.
Cuando no sabemos cómo manejar nuestro estrés,
creamos un insostenible estado interior que deriva en trastornos de ansiedad. El 14% de la población mundial padece
este trastorno (porcentaje que crece a un ritmo vertiginoso),
y casi la mitad de los adultos han sufrido al menos un trastorno del
estado de ánimo a lo largo de su vida.
Cabe destacar que, a nivel biológico, miedo, estrés y ansiedad son
esencialmente lo mismo, solo cambia la forma en la que los
interpretamos. Cuando estrés, ansiedad y miedo son perpetuados, las
probabilidades de sufrir depresión aumentan
dramáticamente.
El consumo de antidepresivos se ha triplicado en
los últimos 10 años, y en el año 2020 la depresión severa se situará como
la tercera causa de enfermedad en el mundo.
Las más recientes investigaciones en neurociencia
señalan que nuestro estado psíquico está directamente relacionado con
nuestro estado de atención.
El acto de centrar y enfocar nuestra atención es un
importantísimo proceso biológico diseñado para cultivar salud y equilibrio en
nuestras vidas: promueve la creación de nuevas conexiones neuronales e incluso
el crecimiento de nuevas neuronas, lo que se conoce como neurogénesis, un
proceso que no posee limitaciones de edad (contrariamente a lo que muchos
piensan).
Hoy sabemos que el origen de nuestra opresión
interior/psíquica es básicamente una fijación mental. Ya sea a través del recuerdo de un evento pasado
doloroso/traumático o las elaboraciones imaginarias acerca de un futuro
potencialmente negativo, vamos creando y reforzando los correlatos neurales que
conducen al sufrimiento.
Cuando el terapeuta no sabe cómo
guiar a sus pacientes en la adquisición de habilidades que les permitan hacer
frente a la constante opresión que la fijación mental ocasiona, suele
recurrir a los psicofármacos, que alteran el estado de atención de forma
antinatural, no suelen ofrecer una solución real al problema y
generan innumerables efectos secundarios.
Cada vez que nos centramos
obsesivamente en los pensamientos dolorosos, enviamos una orden directa
al cerebro para que construya los indeseables circuitos neuronales que nos
mantendrán fijados en esos pensamientos. Allá donde nuestra atención se
dirige, las neuronas responden al instante. O dicho de otro modo:
si perdemos el control sobre nuestra atención, perdemos también
nuestra voluntad y nuestra capacidad de elegir
conscientemente la forma en que respondemos ante los eventos que surgen momento
a momento (ya sean pensamientos, emociones o eventos del
mundo exterior).
La voluntad actúa a través de la atención.
Nuestra atención dirigida magnifica, estabiliza, aclara y da predominancia
a un pensamiento sobre muchos otros pensamientos. Y al hacer esto, las neuronas
que responden a lo que atrae nuestra atención se activan con más fuerza que las
activadas en respuesta a la distracción.
El acto de prestar atención contrarresta
fisiológicamente las influencias supresoras de las distracciones cercanas, y la
voluntad es la virtud que hace posible esta transformación.
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