miércoles, 1 de julio de 2020

Nuestra Hora


Nuestra época está marcada por el auge de la tecnología: Lo que a comienzos del siglo XX era ciencia ficción (Verne, Orwell,…), hoy es una realidad evidente. 

En el pasado, el aumento de los puestos de trabajo iba parejo con el aumento de la productividad, pero hoy los robots, la automatización y el software son capaces de sustituir a muchos-as trabajadores, lo que provoca, como consecuencia, un aumento del paro, sin que descienda la productividad (Brynjolfsson y McAfee, 2013).

Sin embargo, este desarrollo tecnológico es desigual de unos territorios a otros (Dutta, Geiger y Lanvin, 2015): de los diez primeros países con mayor desarrollo tecnológico, siete son europeos. Esto nos lleva a concluir que la tecnología puede contribuir, al desarrollo y bienestar de unos territorios y a la marginación de otros, al no expandirse su desarrollo por igual. 

Así, por ejemplo, en el continente africano nos encontrarnos los diez países más pobres del mundo, pobreza que va asociada, entre otros indicadores, a un desarrollo tecnológico deficiente. Del mismo modo, hay territorios en los países desarrollados, como son las zonas rurales menos pobladas, donde el acceso a internet aún hoy sigue presentando muchas deficiencias.

Dentro de este desarrollo tecnológico, las TIC han pasado a ser un importante potencial transformador, al permitir traspasar grandes cantidades de información a cualquier persona. En este sentido, por ejemplo, conviene recordar la profunda transformación que están aportando las TICs al ámbito de la educación, las cuales son un rico elemento metodológico para la innovación y renovación pedagógica para muchos-as docente (Sola y Murillo, 2011), al tiempo que permite compartir dichas experiencias (Bona, 2016). 

Algo parecido podríamos decir también de las TICs respecto al campo de la sanidad, donde el acceso a diversa información relacionada con su salud ha supuesto un empoderamiento de los-as pacientes (Yáñez, 2017).

Sin embargo, la tecnología nos ha evidenciado una vulnerabilidad de la que nos creíamos exentos con su uso, como lo prueban varios ciberataques a escala mundial sufridos en los últimos meses y que han afectado a decenas de empresas.

Además, como consecuencia del uso desmedido de las nuevas tecnologías, como es el caso del teléfono móvil en los-as adolescentes, han aparecido nuevas adicciones, que ya están siendo tratadas terapéuticamente (Villanueva, 2017).

No deberíamos olvidar que somos interdependientes, lo que debería llevarnos a un replanteamiento ético que desembocara en una ética de la compasión universal que promueva que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad, cuidando a los más débiles como si de nosotros mismos se tratara.

La segunda amenaza del cambio climático se encuentra en el futuro, y afectará a toda la humanidad. La noción de “bien común” incorpora también a las generaciones futuras (Carrera y Puig, 2017).


En cuanto a los compromisos para abordar los problemas sistémicos respecto al cambio climático que ya detectaron en 2010, se observan avances desiguales hacia los objetivos para 2020, y serán necesarios nuevos esfuerzos en pos de la visión y las metas para 2050 (AEMA, 2015). Por todo ello, es urgente abordar el problema ecológico como un problema de justicia planetaria.


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