A continuación anoto las tres consideraciones que
me gustaría presentar como la base de nuestra reflexión:
Lo difícil no es tomar una decisión sino mantenerse
en ella: generalmente expresamos “tomé una decisión” para referirnos al
acto de pensar en aquellas cosas que nos gustaría ajustar o mejorar, no al acto
de ejecutar la acción, por lo que primeramente creo oportuno cambiar nuestra
manera de expresarnos para así cambiar nuestra manera de
entendernos. El tomar la decisión es el primer paso, mantenerla el
segundo.
Toda decisión es un proceso y no una acción
aislada: nadie puede ejecutar una decisión asertiva de la noche a la
mañana, esto es un proceso que une varios eventos, la ausencia de uno de ellos
puede retroceder a alguien (valorar, medir consecuencias, identificar recursos,
opciones, etc).
Quien no se mantiene en una decisión dejo de
desearla: esta es la consideración más valiosa, ya que una persona que
quiere mantener una decisión lo hará aunque los obstáculos sean muchos, pero
para eso su voluntad requiere ser madura. Si dejas de querer, dejas de
vivir respecto a aquello que propusiste.
Dejemos claro un punto en esta reflexión, una decisión
no es solamente una idea, un deseo, un intento, una expectativa o bien un
sueño, es un acto que requiere lo que he llamado el “DCR”: disposición,
constancia y responsabilidad.
Disposición pues es el elemento que abre la
voluntad, constancia para mantenerla activa y responsabilidad para lograr el
compromiso. ¿Dígame si hace un año usted soñó, deseó o intento cosas que
hoy un año después no alcanzó?, será que hubo déficit del “DCR”.
Generalmente lo que lleva a una persona a
convertirse en alguien de doble ánimo, son sus emociones, es decir, si el alma
es la mente, la voluntad y las emociones, en la mayoría de personas el timón
del alma lo dirige las emociones, por lo que la mente y la voluntad simplemente
son arrastradas por lo que se siente.
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