Todos somos únicos. Nuestra
individualidad no sólo existe en nuestras huellas digitales o labiales, nuestra
individualidad que es lo que hace la diferencia entre unos y otros, son mucho
más profundas, están en el fondo de nuestro cerebro y también en nuestro
corazón.
Y esas diferencias son tan hermosas, pues nos
permiten además tener nuestra propia singularidad; compartir e
interrelacionarnos con los otros compartiendo nuestras características;
entregando y recibiendo emociones, sensaciones, valores, conocimientos.
Todo eso hace que la vida sea hermosa, pues en cada
relación, aún transitoria, con todos aquellos con los cuales nos relacionamos
como el chofer del bus, el policía de la esquina, el vendedor de pan, el
recolector de basura, el vendedor de gasolina y tantos otros, nos permiten
conocer siempre y cada vez, algo nuevo, incluso de nuestra propia existencia,
de nuestros propios sentimientos y sabidurías.
Y eso tiene siempre una proporción de reciprocidad,
que muchas veces ni siquiera notamos, puesto que así como recibimos, también y
sin darnos cuentas estamos entregando algo, que cada uno según sus propias
sabidurías, tomará o se apropiará de aquello y usará conciente o
inconcientemente.
Esas, podríamos llamar de diferencias naturales y
necesarias (espero no estar contradiciendo alguna teoría de algún importante
filósofo, sociólogo o sicólogo), son la razón de la vida misma.
Hasta ahí, creo, está todo bien.
Sólo que falta la otra parte, las otras
diferencias, las que hacen que la vida sea terrible para muchos. Incluso para
aquellos que, podríamos decir, tienen diferencias positivas a su favor.
Claro, el problema aparece cuando nos encontramos
con esas otras diferencias, aquellas creadas (“a imagen y semejanza del
hombre”), por el propio hombre.
Y esas diferencias tienen una particularidad muy
importante, que es condición casi “sine qua non”, de ellas mismas, la de
dividir.
¿Y cuáles son esas diferencias?
Como ya decíamos, las creadas por el hombre.
Divididas en dos grupos, uno en el que están las intangibles, no por eso menos
trágicas en sus consecuencias; como: envidia, odio, usura, codicia y otras
muchas. En el otro grupo están aquellas que son tangibles, especialmente en sus
resultados, como: poder, dinero, explotación, esclavitud y muchas otras. Podemos
incluir aquí las enfermedades incurables para los pobres como la diarrea, el
resfriado y hasta los dolores de cabeza.
Luego, aún pareciendo trágico, no lo es tanto, ya que como dicen por ahí, el hombre es un animal de costumbres, y así el esclavo no desea dejar de serlo y el que vive en la calle no quiere dejar “su casa”. Podríamos decir que esta última forma de ver las diferencias es casi poética, porque en la realidad, esas diferencias son también las que causan mucho dolor, son también las que crean o nos muestran otras diferencias. Son aquellas que nos hacen sentir menos que los otros, que por ahí dicen que afecta a los jóvenes, mas creo que afecta todos.
Y así los hombres y mujeres nos pasamos la vida
mirando y hablando de nuestras diferencias con los otros. Yo soy rubio y tú
negro; yo soy rico y tú pobre; claro que también desde el otro lado: yo soy
negro y tú rubio; yo soy pobre y tú rico. Y las diferencias suman y siguen: yo
soy alto y tú bajo; mi papá es empleado y el tuyo obrero; mi país tiene mejor
IDH que el tuyo; en mi país hay menos corrupción que en el tuyo.
Pero los hombres, que son muy inteligentes y tienen
buenas respuestas para todo, solucionaron ya el problema.
¿Cómo?
La Declaración Universal de los Derechos Humanos
dice: Los hombres nacen iguales en dignidad y derechos. ¿..?
La constitución de tu país dice (con seguridad, son
todas iguales): Todos son iguales ante la ley; sin distinción de cualquier
naturaleza. ¿…?
Eso es todo. Habiendo solucionado el problema de
las diferencias, ya no queda nada más por escribir.
www.lecturasparacompartir.com/reflexion/lasdiferencias.html
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