viernes, 8 de abril de 2016

Código De Barras

Existen palabras que encierran en sí mismas una enorme gama de contenidos sin los cuales nos sería prácticamente imposible exponer ciertas situaciones que hacen a las diversas formas de transmisión del conocimiento trascendente, aquel que encierra en sí mismo la esencia de nuestra razón de ser, nuestra identidad, aquello que nos identifica como individuos, únicos e irrepetibles, cuyas huellas, en el camino de la vida, dejan la indeleble impronta de su existir.

De estas palabras que menciono hay dos que suelen confundirse como si fueran una sola, me refiero a las palabras: esotérica y exotérica, ambas en muchos casos suelen utilizarse como si fuesen sinónimas, como que diese lo mismo utilizar una u otra indiscriminadamente, lo cual es un craso error de interpretación de los contenidos que implican el uso de cada una de ellas.

Esto que traigo a colación adquiere una mayor relevancia cuando se tratan temas relacionados con lo que hemos mencionado al comienzo de este artículo, es decir, cuando se trata de incursionar en situaciones en las cuales debemos hacer uso de nuestro conocimiento en todo aquello relacionado con lo intangible u abstracto, como bien pueden ser nuestras creencias o posturas en temas tales como:  religiosos, sociológicos u filosóficos, conocimiento genérico que puede ser de fácil acceso a cualquier persona que se interese en su abordaje, o por el contrario, que sea de tal profundidad,  que requiera de quien lo practique, cierta iniciación en el ritual o en la práctica de una disciplina dada.

De manera que podemos considerar que la gran mayoría de las personas basan su “conocimiento”  en valores adquiridos mediante métodos exotéricos, es decir, los transmitidos convencionalmente, por parte de aquellos que son debidamente autorizados para  enseñar la “doctrina básica” la que les convierte en acólitos dependientes, “ovejas del redil” sujetos a la  autoridad de quienes han sido constituidos como pastores  que les guían  y mantienen dentro del rebaño.

 “Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: ¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?. «Doce», le dicen. Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis? Le dicen: «Siete». Y continuó: ¿Aún no entendéis?. Marcos 8: 14 – 21”

Es esta ausencia de autoridad plena lo que caracteriza a la enseñanza exotérica la cual se enseña y transmite en relación de dependencia, las llaves del conocimiento permanecen bajo la autoridad esotérica la que conserva para sí el poder de actuar en “el nombre de” como representante autorizado de tal o cual organización.

Nadie debería suponer que por el simple hecho de haber participado en programas de orientación exotérica se encuentra en situación de superioridad sobre aquellos que no la han tenido, lo mismo es extensivo para aquellos que han incursionado en la enseñanza esotérica de alguna disciplina formal, aunque quien haya alcanzado niveles superiores de formación trascendente difícilmente se encuentre entre aquellos que menoscaben el grado de conocimiento adquirido por aquellos que han recibido tal enseñanza a través de la tradición oral o escrita de otras culturas.

Como bien puede apreciar el lector de este artículo, el tema en cuestión, no es de fácil acceso, como tampoco es sencillo discernir las diferencias expuestas en el uso de dos palabras que a simple vista parecieran ser sinónimas, lo mismo ocurre cuando hacemos juicios de valor sobre las diversas formas de exponer su conocimiento esotérico por parte de quienes lo han adquirido bajo el influjo de valores que les han sido revelados por sus ancestros,  siguiendo una línea de transmisión totalmente diferente a las convencionales, las que provienen de la tradición cultivada  “de persona a persona” de generación en generación.

Es por eso que utilizo como título “El Código De Barras” para referirme al conocimiento esotérico transmitido de mano en mano como el que se utiliza, por ejemplo, en la Kabbalah, y lo menciono con este nombre porque encuentro cierta similitud entre la lectura del código de barras impreso en los artículos que adquirimos habitualmente en cualquier supermercado los cuales miramos sin entender su contenido, con los códigos empleados por quienes transmiten la información esotérica la cual sólo es accesible para aquellos que pueden descifrar el contenido impreso en su simbología, aunque podamos observarlo libremente,  nuestros “ojos naturales” no logran descifrar lo trascendente de su mensaje.

Este conocimiento permanece entre nosotros y no solamente se encuentra en las grandes bibliotecas y museos del mundo también se manifiesta en los rituales y danzas de los pueblos originarios, en las plegarias ininteligibles de hechiceros y chamanes, en la naturaleza que nos circunda y en los elementos que expresan su poder ante nuestra impávida mirada.

En los mundos paralelos de la cultura humana el saber y el sentir no necesariamente transitan por la misma senda.

Hugo W. Arostegui



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