La identidad de una persona es algo que
si bien existen factores que desde que viene a este mundo le “identifican”
Nombre, Apellido, Nacionalidad, etc. es
algo que se construye a lo largo de toda su existencia.
La definición de “identidad”
propiamente dicha me hace recordar a la figura de un escultor, quién, a golpes
de cincel, va esculpiendo la imagen que, desde la piedra bruta, va surgiendo
con nitidez a medida en que la escultura avanza en su etapa de ejecución.
Diría que con el transcurso de los años
nuestra identidad se incorpora a todas nuestras manifestaciones de vida,
hagamos lo que hagamos el fruto de nuestras expresiones tendrán, como si
tuviesen, un sello indeleble, una muy nítida e insoslayable muestra de nuestra
identidad, sin duda, el ser que somos y la imagen que irradiamos se identifican
la una con la otra cual si fuesen algo único e indisoluble.
Cómo se forma la identidad
En el aspecto psicológico, la identidad se
concibe como un sentimiento de
mismidad personal, esta se comienza a formar a temprana edad cuando
reconocemos nuestro origen, la familia, el territorio donde vivimos y sólo acaba cuando termina la
vida. La identidad tiene una gran cantidad de aristas que harán a una persona
“ser como es”.
Durante
la interacción con el entorno y
los diferentes grupos, como el colegio, los amigos, las
actividades e incluso la relación con sus hermanos, es que una persona siente
afinidad, se identifica y quiere pertenecer a ellos, de la misma forma en que
se diferencia de otros tantos, donde se entienden los límites, las emociones,
el manejo de la conducta para respetar a esos otros que también son
identidades.
En el
crecimiento se tiene concepción de quién se es y a dónde se desea ir, es decir,
los planes de vida, los anhelos, estudios, sueños, tomando decisiones y
siendo fieles en el mayor de los casos a las propias creencias. Los
adolescentes suelen tener conflictos en este sentido, pues buscan sus propias
ideas y se rebelan contra las que no comparten.
Las crisis propias de la vida, como
el divorcio, la crisis vocacional o profesional, la pérdida de algún ser querido, los duelos producto de
desapegos, los cambios de etapas, etc., siempre promueven un movimiento dinámico de la identidad,
por ello a muy avanzada edad se pueden seguir sufriendo modificaciones, aunque
más leves.
Hugo W
Arostegui
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