Desde hace un tiempo atrás, el ingreso a las redes sociales,
se ha convertido para mí en una verdadera prueba, lejos de disfrutar de su
contenido, encuentro que se están produciendo mutaciones de comportamiento que
tienden a globalizar nuestras expresiones
ajustándolas a un padrón despersonalizado dónde cada vez se torna más
difícil identificar quién es quién, como si nos evadiéramos del “yo soy” para
ser meros continentes, desprovistos parcial o totalmente del factor esencial de
toda comunicación: su contenido.
Pareciera que nos estamos “mimetizando” envueltos en la
maraña de comunicados cargados de imágenes, fotos, pensamientos, anuncios,
denuncias, invitaciones, alegatos, protestas, etc. (Todas muy válidas por cierto) que se avalachan sobre los muros de nuestros
ordenadores en cantidades abrumadoras, a un punto tal de que nos limitamos a
difundirlos entre nuestros “amigos” con un simple agregado monosílabo como
pueden ser: me gusta, comparto, etc.
Todo indica que nos resulta mucho más fácil y digerible el
consumo de lo que defino como “información pre elaborada” las cuales se pueden
encontrar en grandes cantidades, con gran variedades de temas a nuestra
elección, este pseudo mensaje, por su gran practicidad, nos permiten cumplir
con nuestro aporte diario,” el pan nuestro de cada día “alimento que nos
repartimos diligentemente entre nosotros, los que conformamos la Red.
Pero, me pregunto: ¿y nosotros? Cuál es nuestro aporte, actuando
en la forma que describo y créanme que no es mi intención ofender a nadie,
tómenlo más bien como una autocrítica, ¿qué diferencia tenemos con un poste, una cartelera, o los arbolitos que
adornamos en navidad a los cuales
colgamos de sus ramas, cientos de adornos y tarjetitas los cuales hemos ido a
comprar en el supermercado y agregamos a los recibidos de quienes también han recurrido a algún centro de
compras para enviarnos el suyo.
La verdadera comunicación es aquella que se emite “de la piel
para dentro” entiendo que en el mundo virtual en el cual nos movemos resulta
muy complejo “sentir” al receptor de
nuestro mensaje como alguien tan cercano como para poder abrazarlo en nuestro
contacto, pero nada nos impide que logremos la sintonía de nuestras almas
cuando nos brindamos el uno al otro.
Es muy loable recibir buenos mensajes sin importar su
procedencia, todo sirve cuando la intención es agradar a quién nos dirigimos,
ahora, convengamos, nada se puede comparar con el poder compartir lo que somos,
como individuos somos únicos e irrepetibles, no estamos sujetos a la clonación,
nada nos sustituye, mucho menos el pretender mimetizarnos entre la creatividad
de otros creadores , nuestra presencia
siempre será detectada ya sea por error,
omisión o simplemente por el tan trillado camino del plagio.
Hugo W. Arostegui
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