Hay momentos en que la curiosidad desborda al sentido común
y es entonces que se producen situaciones en que la ansiedad camina de la mano
de la imprudencia para intentar, por cualquier medio, introducirse en senderos protegidos
por una clara señal, la que nos indica de que estamos al borde de violentar,
con nuestra simple presencia, los derechos esenciales que resguardan nuestra
identidad, nos referimos a la necesidad de preservar, tal como si fuese un
santuario íntimo e inexpugnable, el lugar de residencia y refugio de nuestra
privacidad.
He tenido en los últimos tiempos requerimientos por saber
cuáles son los sentimientos que me embargan en determinadas situaciones, por
ejemplo, en mi condición de teólogo, suelen hacerme preguntas sobre
experiencias personales, que de acceder a contestarlas , estaría provocándole
al curioso interlocutor una severa confusión, es como si yo mismo intentase
asumir una tarea que es natural e indelegable, cada uno de nosotros es un hijo de
un Padre Celestial, que nos ha dado la vida, la identidad, que nos ama y conoce
y sobre todo, que nos ha dotado de la capacidad de comunicarnos directamente
con El, sin la intervención de intermediarios.
Muchos se abrogan el derecho a la intermediación y esa es
una falacia oprobiosa, este derecho es inherente a cada criatura humana y el
propio Señor Jesucristo, antes de ser absorbido por el poder de las
corporaciones religiosas, las cuales intentan vanamente sustituirlo, de
representarlo “ en el nombre de” reunido con sus discípulos les enseñaba este
principio “Así que yo os
digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá la
puerta. Porque todo el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama, se le abre “ Lucas: 11
Hace unas pocas
horas, una poetisa a la cual quiero y admiro a pesar de nuestras diferencias,
mencionaba lo siguiente:
“Teniendo en mi ser la magia de volar, a
voluntad, ¿cómo resignarme con un amor mortal, terreno, material? No me
resigno. Por eso sigo volando”
Hugo W. Arostegui
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