No hay dudas que, por más que uno quiera tratar de
ignorarlos, no todos los días son iguales, hay algunos que por su significado
nos hacen sentir la enorme incidencia que tienen en nuestras vidas.
Distribuidos a lo largo del calendario, se erigen como hitos, como mojones que marcan
secuencias importantes en el ya largo camino de toda una vida.
Cuando les llega
el turno, no precisan ser anunciados, no dependen de nuestra memoria, ellos
tienen vida propia y nos la hacen saber, indudablemente, no se registran en
nuestra mente, estos días están grabados a fuego en nuestro corazón.
Hubo una primera vez, en mi niñez, que supe el nombre de
uno de ellos, ese día no era simplemente un 20 de abril, ese día, sin que yo
tuviese clara conciencia de las circunstancias, ese día, era el día de mi
nacimiento y desde entonces, año a año, su llegada, marcaba, como cuando
viajamos en un taxi, la caída de una ficha, que nos indicaba el tiempo
transcurrido y el valor acumulado de nuestro trayecto.
Hace mucho, yo
diría que desde siempre, mi cumpleaños y yo, nos encontramos el uno al otro en
solitario, como que ,si no nos
atendíamos mutuamente, nadie más se daría cuenta de que ambos estábamos
presentes, así ha sido hasta nuestros días, con algunas , muy pocas,
excepciones.
Así que, las próximas veinticuatro horas, nos pertenecen
a ambos, sólo nosotros dos nos conocemos como nadie nos podrá conocer jamás y
atesoramos, todas y cada una, de las alternativas tan marcantes, que la vida , nos ha deparado,
y sólo ella, la vida, nos dirá, algún día, cuándo esta íntima relación, llegará
a su fin.
Lo cierto es que así ha sido, y seguramente, así será
cada año, desde muy pequeño supe que las cosas no serían nada fáciles para mí,
la realidad y crudeza de la vida me lo estaban enseñando cada día, en mi
entorno escaseaban las manos protectoras a quién recurrir o de quién esperar
algún tipo de atención o cobertura, si algo pretendía, no habría Papá ni Mamá,
no porque no los tuviese, los tuve, pero lejos, muy lejos estaba, en la
inmediatez de sus prioridades, el poder atenderme adecuadamente, ni mucho menos,
el tratar de satisfacer de alguna manera, por modestas que fuesen, mis
necesidades básicas.
Cuando llegó mi sexto cumpleaños, me puse a trabajar,
dicho de esta manera, parece algo trivial , al menos así me parece a mí, porque
no obstante ser este hecho conocido por muchos, jamás nadie dio muestras de
sensibilidad alguna, ¿así que trabajas desde los seis años de edad? , Que bien,
te felicito! y eso era todo.
Como no tengo intención de convertir este artículo en un
relato melodramático, no voy a incursionar en mayores detalles de lo que
significa en la vida de un niño de seis años, la decisión de ponerse a trabajar
con la finalidad de no solamente autoabastecerse de sus propias necesidades,
sino, además, poder brindar ayuda a aquellos de su entorno que necesitaban
tanto o más que el.
Si a lo que intento describir le agrego el hecho de que
vivo solo desde que tengo once años, y cuando digo solo, es simplemente eso,
solo, sin protección ni ayuda familiar, esto es, ni más ni menos, que enfrentar
la vida, cual si fuese un adulto dueño
de su destino.
Ahora, amigo lector, si usted se pregunta cómo pudo
suceder esto, si la situación que describo no implica lo que ahora se conoce
como violencia doméstica, que un niño sometido a este tipo de experiencias, ha
corrido serios riesgos, que pudo ser muerto, violentado, explotado, que pudo
ser un delincuente, un drogadicto, un depravado, etc. etc., yo solo puedo
responderle que por supuesto, claro que sí, pudo ser todo eso y mucho más.
Es en estos momentos de evaluación de lo que pudo haber
sido, que uno siente como un frió que le recorre la espina dorsal, uno sabe que
a esa edad, un niño es extremadamente vulnerable, pero también las
circunstancias extremas como las descritas, accionan fuerzas y recursos
propios de las situaciones límite, que permiten vislumbrar un fino hilo
conductor que separa las aguas entre el bien y el mal, y aunque aún no se perciben
con claridad, se puede sentir la presencia de ángeles protectores, que asumen
diversas identidades, rostros de nuestro entorno, que actúan cuando es preciso
y nos dicen, de una forma muy peculiar, que están allí, para brindarnos su
ayuda, pase lo que pase.
Tal sensación permanece en mí desde entonces, al punto, de
que cuando alguien me pregunta: ¿Cuál ha sido la institución con mayor
influencia en su formación profesional?
Mi respuesta inmediata no es otra que esta: yo he sido
formado en la Universidad de los Ángeles, y, aunque podría, no me estoy
refiriendo a la ubicada en Los Ángeles, California.
Como puede apreciarse, hay días de nuestra vida que
guardan un significado muy peculiar, resulta obvio, que no dependen del
calendario, lo escrito en este artículo seguramente no agota todo lo que
podríamos decir de este día en particular, simplemente lo mencionamos como al
pasar, para que el lector pueda intuir en su fuero íntimo, cuantas cosas se
anidan en la mente y el corazón, en un
día como el de hoy.
Hugo W. Arostegui
No hay comentarios:
Publicar un comentario