A medida en que transcurre nuestro tiempo en el devenir de
los acontecimientos que van trazando, cual si fuesen golpes de un cincel,
nuestra imagen social, aquella que ha emergido esculpida a tientas, por
reflejos condicionados por el instinto de conservación como una advertencia
emitida desde lo más recóndito de nuestro “ser”
esencialmente humano.
Nos preguntamos, ¿Quiénes somos? ¿De dónde provienen las
señales que percibimos desde lo infinito, en las antípodas de todo lo que nos rodea?
Allá en donde dicen que residen los
llamados “frenos de la conciencia” aquellos valores innatos que acuden a
nuestro rescate cada vez que las circunstancias nos retrotraen en el tiempo a
los mismos albores de nuestra esencia aquello que percibimos como trascendente y
superlativo, el cordón umbilical que nutre nuestra alma y nos asemeja a los
dioses que nos han dotado el aliento de vida.
Algo nos dice, cual si fuese un susurro apenas perceptible
que existen en nuestro entorno ciertos valores que hacen posible la ecuación
que le da sentido a nuestra presencia terrena, valores que actuando en
consonancia con los elementos de la naturaleza conforman el hábitat ideal en el
cual desarrollarnos tanto física como intelectualmente tal cual lo requiere
nuestra ambigua constitución: sentirnos una estructura física y finita - lo que
equivale a decir que tenemos estampada en algún lugar una grifa con fecha de
vencimiento- pero sabedores de que
portamos en nuestro interior la herencia genética propia de una criatura eterna
e inmortal.
Los mundos de las inteligencias han desbordado largamente los
límites de todos los condicionamientos, de todas las fronteras, de todos los
prejuicios y limitaciones, resulta absurdo el vano intento de pretender
implantar una trazabilidad de lo humano, somos seres únicos e irrepetibles, nos
relacionamos por elección en una constante evolución, trazando nuevas órbitas totalmente
ajenos a los tiempos y a las distancias, ya no es posible imponer un criterio,
una conducta, la revolución tecnológica de las comunicaciones nos está
demostrando que estamos insertos en una globalización del universo donde todo
puede suceder aunque nos enfoquemos en un punto tan minúsculo como se pueda
concebir en la cabeza de un alfiler.
De manera que estamos en el retazo de historia universal en
el cual se han abolido las “marcas
registradas” “los derechos de autor” “los representantes de” ha llegado el
tiempo en que los hijos de Dios, el Dios con mayúscula, El Creador de Todo El
Género Humano se nos manifieste a todos
y a cada uno sin excepciones, en la inmensidad de nuestro espacio creativo allí
donde residen los valores que se nos ha inculcado y que permanecen en nosotros por tiempo y eternidad.
Hugo W Arostegui
No hay comentarios:
Publicar un comentario