Nada nos proporciona más confort espiritual que estar en paz con nosotros mismos. Eso solo se logra cuando tenemos la convicción de que hemos actuado de la manera y en los momentos correctos, guiados por decisiones personales y conscientes de que la solución a los problemas propios depende de nosotros mismos, de nadie más.
La paz interior es un privilegio sublime y tonificante que
repleta de gozo el alma, es patrimonio de los que luchan por sus objetivos en
la vida, de los seres exitosos. Es, me atrevo a asegurar, un reconocimiento
divino. Logramos ese sosiego espiritual cuando enfrentamos la vida llenos de
autoconfianza y optimismo, y estamos dispuestos a luchar por la conquista de
los sueños sin esperar por soluciones ajenas y, mucho menos, por la llamada
buena suerte.
Me viene a la mente el líder independentista indio Mahatma
Gandhi, quien se caracterizó no solo por ser un gran luchador por la libertad
de su pueblo, sino también por su profunda espiritualidad, por su vocación
humanista y por una proyección de paz pocas veces igualada en la historia de la
humanidad.
Gandhi vivía convencido de que si no alcanzamos la paz
dentro de nosotros mismos, siempre estaremos en guerra con los demás. ¡Nada más
acertado! La armonía interior es la que nos permite interactuar en conformidad
con nuestros semejantes y aceptar aquellas cosas que no podemos cambiar en
ellos.
Quien no encuentra armonía en sí mismo, vive con la
costumbre de quejarse constantemente, asume siempre el papel de víctima, achaca
a los demás sus descalabros y culpa de su infelicidad a quienes lo
rodean. ¡Eso es estar en guerra con los demás!
Un ser humano inconforme consigo mismo no se acepta como es
y lo peor, y más contradictorio, es que se hace inmune a los cambios, porque
desconoce que el cambio real debe producirse dentro de sí mismo, que no viene
del exterior. Espera a que otros cambien por él. Llegado el momento, la
autoconfianza lo abandona por completo, entonces, el síndrome del fracaso y el
desasosiego se apodera de su alma.
Por el contrario, la paz interior es consecuencia de la
autosatisfacción que se siente cuando hacemos lo correcto, cuando perseveramos
y estamos seguros hacia donde nos dirigimos, cuando vivimos y aprovechamos el
presente porque somos realistas y positivos, y somos capaces de convivir en
armonía con los demás. La paz con nuestros semejantes depende de nuestra propia
paz.
Vivir en armonía con uno mismo significa no dejarse
arrastrar por falsos temores, pensar y actuar movidos por intereses propios,
dejar de juzgar a los otros, ser agradecidos y no preocuparse sin razón. Este
regocijo del alma le da alas al amor tanto por nosotros mismos como al amor
hacia los demás.
También es cierto que estas las personas son propensas a
reír. ¡Es lógico que así sea! La paz interior es sinónimo de felicidad y, según
la madre Teresa de Calcuta, el primer gran síntoma de la felicidad es una
sonrisa.
Riamos, demostrémosle a Dios y a nuestros semejantes que somos seres
terrenales felices y dispuestos a entregar amor.