Ventilando
la historia, una brisa de aire fresco.
De esta tierra salió para Asiria, y edificó Nínive, Rehoboth, Cala
y Resén entre Nínive y Cala, la cual es ciudad grande.
Mizraim engendró a Ludim, a Anamin, a Lehabim, a Naftuhim, a
Patrusim,a Casluhim, de donde salieron los filisteos, y a Caftorim.
Y Canaán engendró a Sidón su primogénito, a Het, al jebuseo, al
amorreo, al gergeseo, al heveo, al araceo, al sineo, al arvadeo, al zemareo y
al hamateo; y después se dispersaron las familias de los cananeos.
Y fue el territorio de los cananeos desde Sidón, en dirección de
Gerar, hasta Gaza; y en dirección a Sodoma, Gomorra, Adma y Zeboim, hasta Lasa.
Estos son los hijos de Cam por sus familias, por sus lenguas, en
sus tierras, en sus naciones.”
Génesis 10: 6 – 20
He hecho mención a estas escrituras, para demostrarles, que la
posteridad de Cam fue altamente bendecida, y que de su linaje, surgió Nimrod,
el primer poderoso de la tierra, el cual contó con la aprobación de Jehová, y
fue el constructor de grandes ciudades que han llegado a ser de gran
relevancia, como es el caso de Babel o Nínive.
Otro dato importante a tener en cuenta, para comprender mejor los
acontecimientos posteriores a la salida de Israel de su esclavitud en Egipto,
es que gran parte de lo que ha sido llamada como “la tierra prometida”
pertenecía por derecho de conquista, a la posteridad de Canaán.
Este importante grupo humano, esta civilización, guardó una
estrecha relación con su Creador, y en mis días, muchos profetas que instruían
y ministraban a su pueblo, gozaban del reconocimiento y estima en todo el orbe
por el cual se desplazaban.
Volveré, entonces, a comentarles sobre la deuda de gratitud, que
mi padre Abraham, contrajo con la descendencia de Canaán.
En la lectura de este relato, podremos aprender muchas cosas,
relacionadas con la nobleza de corazón de los cananeos, leamos:
“Fue la vida de Sara ciento veintisiete años; tantos fueron los
años de la vida de Sara.
Y murió Sara en Quiriat-arba, que es Hebrón, en la tierra de
Canaán; y vino Abraham a hacer duelo por Sara, y a llorarla.
Y se levantó Abraham de delante de su muerta, y habló con los
hijos de Het, diciendo:
Extranjero y forastero soy entre vosotros, dadme propiedad para
sepultura entre vosotros, y sepultaré mi muerta delante de mí.
Y respondieron los hijos de Het a Abraham, y le dijeron:
Oyenos, señor nuestro; eres un príncipe de Dios entre nosotros; en
lo mejor de nuestros sepulcros sepulta a tu muerta; ninguno de nosotros te
negará su sepulcro, ni te impedirá que entierres tu muerta.
Y Abraham se levantó, y se inclinó al pueblo de aquella tierra, a
los hijos de Het, y habló con ellos diciendo: Si tenéis voluntad de que yo
sepulte mi muerta de delante de mí, oídme, e interceded por mí con Efrón hijo
de Zohar, para que me dé la cueva de Macpela, que tiene al extremo de su
heredad; que por su justo precio me la dé, para posesión de sepultura en medio
de vosotros.
Este Efrón estaba entre los hijos de Het; y respondió Efrón heteo
a Abraham, en presencia de los hijos de Het, de todos los que entraban por la
puerta de su ciudad diciendo:
No, señor mío, óyeme: te doy la heredad, y te doy también la cueva
que está en ella; en presencia de los hijos de mi pueblo te la doy; sepulta tu
muerta.
Entonces Abraham se inclinó delante del pueblo de la tierra, y
respondió a Efrón en presencia del pueblo de la tierra, diciendo:
Antes, si te place, te ruego que me oigas. Yo daré el precio de la
heredad; tómalo de mí, y sepultaré en ella mi
muerta.
Respondió Efrón a Abraham, diciéndole:
Señor mío, escúchame: la tierra vale cuatrocientos ciclos de
plata; ¿ qué es esto entre tú y yo ? Entierra, pues, tu muerta.
Entonces Abraham se convino con Efrón, y pesó Abraham a Efrón el
dinero que dijo, en presencia de los hijos de Het, cuatrocientos ciclos de
plata de buena ley entre mercaderes.
Y quedó la heredad de Efrón que estaba en Macpela al oriente de
Mamre, la heredad con la cueva que estaba en ella, y todos los árboles que
había en la heredad, y en todos sus contornos, como propiedad de Abraham, en
presencia de los hijos de Het y de todos los que entraban por la puerta de la
ciudad.”
Génesis
23: 1 – 18
De esta lectura, podemos extraer una valiosa lección de
solidaridad y convivencia pacífica entre los pueblos, Abraham, en su dolor,
encontró la comprensión y el apoyo de los cananeos, que veían en él, un fiel
representante de Jehová su Dios.
Como seguramente sabéis, somos descendientes de Sem, lo que
posiblemente ignoran, es que Sem, mi abuelo
materno, era el mismo rey de Salem, es decir Melquisedec, a quién mi
padre, Abraham, pagó sus diezmos.
Esto lo menciono simplemente para que entendáis, de que nuestro
Dios, no hace acepción de personas, que para él, todos sus hijos son iguales, y
si en algo se puede señalar alguna diferencia, ella, la diferencia, se sustenta
en el grado de compromiso que individualmente asumamos en cuánto al
cumplimiento de sus mandamientos.
De manera que la mayor mentira que heredamos de las escrituras, es
la de que existen pueblos escogidos, a los cuales todo les es permitido, y
otras naciones consideradas de segunda clase, las cuales son puestas para el
servicio, para ser utilizadas al antojo arbitrario de aquellos que se auto
proclaman “pueblo escogido por Dios.”
Jesús, en el meridiano de los tiempos, al igual que el profeta
Enoc, en la antigüedad, nos lo enseñó claramente, leamos:
“Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo:
El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de
bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas;
mas éstos no quisieron venir.
Volvió a enviar otros siervos, diciendo; Decid a los convidados:
He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido
muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas.
Más ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a
sus negocios; y otros, tomando a los siervos, los enfrentaron y los mataron.
Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a
aquellos homicidas, y quemó su ciudad.
Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron
convidados no eran dignos.
Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a
cuantos halléis.
Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que
hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados.
Continúa
Hugo W Arostegui
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