El día de ayer estuvo lejos de lo
que podríamos llamar “un día de rutina” lo que lo ubica en “esos días” tan
particulares que los hacen un tanto diferentes a lo que suele acontecer
comúnmente sobre todo considerando el horario, ocho de la mañana, en que han
acontecido los hechos de este relato.
Resulta que a esa hora tan temprana
de la mañana y con muy escasa visibilidad, cuando retornaba con mis compras del
mercado, en plena línea divisoria, fui literalmente embestido por un vehículo
del transporte colectivo de pasajeros que circulaba por el lado brasileño de la
aludida línea divisoria y como resultado sólo me resta agradecer que les “esté
contando el cuento” mi acento “castellano cerrado” no pudo esgrimir ningún
alegato a mi favor.
Como verán, ahí estaba yo, con lo
que quedaba de mi auto de los considerados de última generación, está situación
me ayudó a una muy rápida reflexión en la cual les agradecí a mis progenitores
el hecho de haber nacido desnudo y sin nada en mis bolsillos, por suerte ni
siquiera los bolsillos, pues de haber nacido con algo semejante a ese coche que
apenas se sostenía sobre sus cuatro ruedas, me hubiera resultado muy difícil
salir de tan extraña como incómoda situación.
Es así como suceden las cosas
estamos plantados en un campo a la vera de un camino sujetos a las circunstancias,
sin garantías impresas en ningún rótulo, ocurre que si hoy estamos es porque el
sol de la vida nos ilumina y si mañana no nos encuentran, bueno, ese mañana no
nos corresponde, nuestro presente es el hoy, como el pan nuestro de cada día.
Hugo W Arostegui
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