Nos sentimos ubicados, vaya uno a saber los por qué, en un sitial de privilegio desde dónde podemos interactuar en este grandioso espectáculo que diariamente nos ofrece la vida.
Estamos tan mal acostumbrados al simple hecho de “poder estar” que nos abrogamos el derecho a esta vigencia personal como si nuestra circunstancial ausencia impidiese de algún modo que lo que tenga que suceder sucediese, algo así como que nos vamos incorporando a la escenografía estable en donde todo lo que pasa nos encuentra expectantes y solidarios.
Es esta “expectación” la que nos permite dar una opinión medianamente razonable de todo aquello que “captamos” en lo que sentimos que está ocurriendo en “nuestro entorno”.
Esta vez, queremos ocuparnos de “estos sentimientos” que nos motivan hoy a deslizar casi subrepticiamente una muy respetuosa opinión al respecto, nos referimos a lo que denominamos “nuestros volcanes contenidos”.
Observamos la presencia en algunos amigos que participan activamente en las llamadas “redes sociales” de focos de tensiones no resueltas que subyacen ocultas en la cada vez más gruesa capa de los “cosméticos virtuales” de esos que se suelen usar para la exhibición de nuestra apariencia.
El problema es que todo aquello que nos lastima y no lo podemos superar por medio de nuestra asimilación personal y pretendemos ocultarlo adoptando una postura como “que no pasa nada” en realidad nos ha dejado una herida abierta que persiste en su malestar y de no ser superada es como el óxido que nos carcome “nuestra estructura vital” y aunque la ocultemos bajo el barniz superficial que nos recubre la imagen en nuestro interior va germinando una tensión acumulada junto a otras tantas tensiones y al no poder encontrar una contención adecuada ocurre lo que sucede en los volcanes, convulsionan y estallan.
Hay veces cuando es mejor “sumergirnos en lo profundo de nuestra humildad” dejar de lado la natural soberbia que nos incita a la búsqueda del desquite y olvidar las supuestas ofensas que podamos haber recibido no creemos que pueda existir alguien tan poderoso en la emisión de sus dichos como para condicionar y aún lesionar el concepto que tengamos de nuestra autoestima.
Borrar y empezar de nuevo es lo que se aconseja en estos casos, recuerdo a un profesor que tuve en mi adolescencia, él me había orientado e indicado los caminos que debería recorrer para lograr una mayor capacidad expresiva en mis escritos y no caer en las garras del facilismo y la mediocridad, de manera que cada vez que le presentaba alguno de mis trabajos y en su lectura entendía de que no me había esmerado lo suficiente, lo tomaba entre sus manazas y me lo rompía delante de mí y de todos los de mi grupo, las veces que he llorado de rabia e indignación han sido tantas que su orientación aún persiste en el tiempo.
Entonces pues apaguemos los volcanes, a borrar y empezar de nuevo.
Hugo W. Arostegui
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