lunes, 26 de diciembre de 2016

El Día Después


Las clásicas fiestas navideñas ya han pasado y ahora recomenzamos con nuevos bríos nuestra actividad diaria, claro, ahora no es lo mismo que el resto de los días, todavía nos queda ese saborcito propio de los encuentros, el saludo filial con la familia extendida y aquel un tanto más protocolar, pero no menos cordial con amigos, vecinos, compañeros de trabajo y, por qué no, con cuántos conocidos, y algunos no tan conocidos, con quienes nos hemos cruzado por el camino.

En este intercambio de saludos he tenido algunas singulares oportunidades de mantener un contacto, como se dice ahora “en vivo y en directo” con algunos que son familiares y con otros que el vínculo ha nacido y crecido a través de nuestros contactos por los diversos medios que felizmente se han multiplicado como consecuencia de las llamadas “redes sociales”

De todas estas situaciones generadas lo que me queda como corolario que amerita que nos hagamos una reflexión que podamos compartir con todas las salvedades del caso es la relacionada con la familia, la que hayamos constituido dentro de las formalidades del caso y aquella familia, la que brota como un yuyo silvestre, de hecho, carente de formalismos de orden institucional, pero adherida con muy fuertes vínculos a nuestros afectos de cada día.

Es obvio que tenemos que actualizar nuestro concepto de familia y ampliar nuestra visión de lo que se nos ha inculcado por la tradición y aquella, la que se hilvana por medio de los lazos que se van formando a través del tránsito de nuestras vidas.

La cultura del mundo occidental y cristiano del cual provenimos la mayoría de nosotros parte de la base de “una sagrada familia” en torno de la cual armamos nuestros pesebres y festejamos el nacimiento “del niño Jesús” no hablemos de fechas ni de escenarios, simplemente recordemos las imágenes que aprendimos a venerar de José, María y el pequeño niño en el pesebre, pues bien me pregunto: ¿Qué es lo que vemos? Vemos a José que no es el padre biológico de Jesús, a María, y al pequeño niño Dios, esta es la sagrada familia que en cierto modo se constituye en  el modelo de nuestras propias familias, lamentablemente no aparecen en el relato ni los otros hermanos y hermanas, hijos de José y de María que crecieron junto a Jesús y han sido excluidos, vaya uno a saber  los por qué, de la historia que nos han contado.

La cruda realidad, la que sí nos muestra a “nuestras familias” tal como se han ido constituyendo por los lazos afectivos del amor y la convivencia es la que de alguna forma se junta alrededor de nuestras mesas o por los medios modernos de comunicación y ahí están son “nuestra familia” tan sagrada y tan digna de veneración como toda familia que se sienta ligada por los sentimientos conjuntos que anidan en nuestros pechos muy junto a los latidos de nuestro agradecido corazón

Hugo W Arostegui


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