Las clásicas
fiestas navideñas ya han pasado y ahora recomenzamos con nuevos bríos nuestra
actividad diaria, claro, ahora no es lo mismo que el resto de los días, todavía
nos queda ese saborcito propio de los encuentros, el saludo filial con la
familia extendida y aquel un tanto más protocolar, pero no menos cordial con
amigos, vecinos, compañeros de trabajo y, por qué no, con cuántos conocidos, y
algunos no tan conocidos, con quienes nos hemos cruzado por el camino.
En este intercambio
de saludos he tenido algunas singulares oportunidades de mantener un contacto,
como se dice ahora “en vivo y en directo” con algunos que son familiares y con
otros que el vínculo ha nacido y crecido a través de nuestros contactos por los
diversos medios que felizmente se han multiplicado como consecuencia de las
llamadas “redes sociales”
De todas estas
situaciones generadas lo que me queda como corolario que amerita que nos
hagamos una reflexión que podamos compartir con todas las salvedades del caso
es la relacionada con la familia, la que hayamos constituido dentro de las
formalidades del caso y aquella familia, la que brota como un yuyo silvestre,
de hecho, carente de formalismos de orden institucional, pero adherida con muy
fuertes vínculos a nuestros afectos de cada día.
Es obvio que
tenemos que actualizar nuestro concepto de familia y ampliar nuestra visión de
lo que se nos ha inculcado por la tradición y aquella, la que se hilvana por
medio de los lazos que se van formando a través del tránsito de nuestras vidas.
La cultura del
mundo occidental y cristiano del cual provenimos la mayoría de nosotros parte
de la base de “una sagrada familia” en torno de la cual armamos nuestros
pesebres y festejamos el nacimiento “del niño Jesús” no hablemos de fechas ni
de escenarios, simplemente recordemos las imágenes que aprendimos a venerar de José,
María y el pequeño niño en el pesebre, pues bien me pregunto: ¿Qué es lo que
vemos? Vemos a José que no es el padre biológico de Jesús, a María, y al
pequeño niño Dios, esta es la sagrada familia que en cierto modo se constituye
en el modelo de nuestras propias
familias, lamentablemente no aparecen en el relato ni los otros hermanos y hermanas,
hijos de José y de María que crecieron junto a Jesús y han sido excluidos, vaya
uno a saber los por qué, de la historia
que nos han contado.
La cruda realidad,
la que sí nos muestra a “nuestras familias” tal como se han ido constituyendo
por los lazos afectivos del amor y la convivencia es la que de alguna forma se
junta alrededor de nuestras mesas o por los medios modernos de comunicación y
ahí están son “nuestra familia” tan sagrada y tan digna de veneración como toda
familia que se sienta ligada por los sentimientos conjuntos que anidan en
nuestros pechos muy junto a los latidos de nuestro agradecido corazón
Hugo W Arostegui
No hay comentarios:
Publicar un comentario