jueves, 8 de diciembre de 2016

Casa Curiosos


“Aunque los seres humanos son considerados particularmente muy curiosos, dicho comportamiento no se verifica con mayor frecuencia que en individuos de otras especies.
Lo que parece diferenciar la curiosidad humana de la de los animales es que aquella suele combinarse con la capacidad de pensamiento abstracto y, de ese modo, conducir a la mimesis, a la fantasía, a la imaginación y eventualmente a una manera especial del ser humano de pensar (razón humana), que es abstracta y consciente.
En algunos casos, la curiosidad puede derivar en una conducta peligrosa o dañina.

Un hombre no puede violar la intimidad y la privacidad de otro sólo para satisfacer su curiosidad: esto quiere decir que no tiene derecho de abrir su correspondencia, espiar por la ventana o revolver su basura con el justificativo de querer saber más sobre él. 

Otro ejemplo de curiosidad insana es la persona que decide arrojarse desde treinta metros de altura porque quiere descubrir qué se siente.

Pero la curiosidad suele ser uno de los puntos de partida hacia el desarrollo personal, artístico y profesional.

Durante la infancia, antes de sumirnos a esa serie tan peligrosa de prohibiciones y reglas ideadas por gente a la que jamás conoceremos, lo normal es que no sepamos frenarnos ante el impulso de saber más, de aprender, de llegar hasta el fondo de cada misterio con el que nos tropezamos, o bien que no queramos hacerlo aunque nuestros mayores intenten disuadirnos.

Y es así, dejándonos llevar por nuestras ansias de descubrir lo aparentemente oculto y prohibido que muchas veces cultivamos vocaciones, o bien abrimos puertas que los demás seres humanos creían imposibles de abrir, o que ignoraban completamente.

En casos triviales la curiosidad se asocia a buscar el escondite de los regalos de Navidad, de leer una carta ajena o de espiar a otra persona por una mirilla; pero este impulso puede llevarnos a generar grandes avances.

Todos padecemos o hemos padecido, sobre todo cuando éramos muy jóvenes de esta especie de instinto que nos impulsaba (a muchos aún les impulsa) a intentar saber siempre “algo más” acerca de alguna cosa que nos “corroía” como si fuese un “salpullido”  y que por aquello que oíamos a nuestros mayores de “sarna con gusto no pica” nos metíamos a sabiendas y con una buena dosis de picardía “entre pecho y espalda” en algunos “berenjenales” muchos de los cuales aún (no obstante el tiempo transcurrido) guardamos “muy recatados” en nuestra memoria.

Hugo W Arostegui

 

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