“Aunque los seres humanos son considerados
particularmente muy curiosos, dicho comportamiento no se verifica con mayor
frecuencia que en individuos de otras especies.
Lo que parece diferenciar la curiosidad humana
de la de los animales es que aquella suele combinarse con la capacidad de
pensamiento abstracto y, de ese modo, conducir a la mimesis, a la fantasía, a la imaginación y eventualmente a una manera especial del ser humano de
pensar (razón humana), que es abstracta y consciente.”
En algunos casos, la curiosidad puede derivar en una conducta peligrosa o dañina.
Un hombre no
puede violar la intimidad y la privacidad de otro sólo para satisfacer su
curiosidad: esto quiere decir que no tiene derecho de
abrir su correspondencia, espiar por la ventana o revolver su basura con el
justificativo de querer saber más sobre él.
Otro ejemplo de curiosidad insana
es la persona que decide arrojarse desde treinta metros de altura porque quiere
descubrir qué se siente.
Pero la curiosidad suele ser uno de los puntos de partida
hacia el desarrollo
personal, artístico y profesional.
Durante la infancia, antes de sumirnos a esa serie tan
peligrosa de prohibiciones y reglas ideadas por gente a la que jamás
conoceremos, lo normal es que no sepamos frenarnos ante el impulso de saber
más, de aprender, de llegar hasta el fondo de cada misterio con el que
nos tropezamos, o bien que no queramos hacerlo aunque nuestros mayores intenten
disuadirnos.
Y es así, dejándonos llevar por nuestras ansias de descubrir
lo aparentemente oculto y prohibido que muchas veces cultivamos vocaciones, o
bien abrimos puertas que los demás seres humanos creían imposibles de abrir, o
que ignoraban completamente.
En casos triviales la curiosidad se asocia a buscar el escondite de los
regalos de Navidad, de leer una carta ajena o de espiar a otra persona
por una mirilla; pero
este impulso puede llevarnos a generar grandes avances.
Todos padecemos o hemos padecido, sobre todo cuando éramos
muy jóvenes de esta especie de instinto que nos impulsaba (a muchos aún les
impulsa) a intentar saber siempre “algo más” acerca de alguna cosa que nos “corroía”
como si fuese un “salpullido” y que por
aquello que oíamos a nuestros mayores de “sarna con gusto no pica” nos metíamos
a sabiendas y con una buena dosis de picardía “entre pecho y espalda” en
algunos “berenjenales” muchos de los cuales aún (no obstante el tiempo
transcurrido) guardamos “muy recatados” en nuestra memoria.
Hugo W Arostegui
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