Estos días pasados he estado compartiendo con
familiares de amigos que he tenido en este tránsito por la vida, y que una vez
cumplidas sus particulares trayectorias,
así como habían venido, siguieron su camino, ya lejos e inalcanzables para
nuestros sueños de permanencia compartida en un derrotero conjunto, unidos en
un principio tan incierto y fugaz como
lo ha sido este último vuelo por el cual han dejado de estar a nuestro lado.
Una honda y profunda reflexión nos ha sumido en un
recuerdo imborrable donde percibimos ese sabor un tanto agridulce de tantas
experiencias compartidas, en ese, mágico proceso, que sólo el
deambular conjunto de nuestros aleteos, deslumbrados por el asombro de todo lo
que a nuestro frente intuíamos que podríamos encontrar.
Nuestra mente nos ha traído un poema que quisimos
compartir, una imagen de aves surcando raudas el horizonte, plenas de vida, en
ese continuo aletear rumbo a la inmensidad.
El cielo está en
calma, la tarde serena,
y el sol declinando; y al valle tranquilo dirigen su vuelo las aves de paso.
Se ignoran sus
nombres, que vienen de lejos,
de climas extraños, y todos las miran, mas nadie conoce las aves de paso,
Las blancas
palomas, que siempre tranquilas
el valle habitaron, reciben alegres, con tiernos arrullos, las aves de paso.
Que al fin ellas
vienen de incógnitos valles
y es dulce su canto; tal vez es por raras, que halagan, seducen, las aves de paso.
Y aunque hay en
el valle rendidos amantes
de cuello nevado, prefieren las blancas palomas sencillas, las aves de paso.
Mas ¡ay!, que
saciadas al fin de caricias,
de nidos y granos, de nuevo levantan su rápido vuelo las aves de paso.
Y al verse
burladas las pobres palomas,
exclaman cantando: Malhaya la incauta que alberga en su nido las aves de paso. |
José Gautier Benítez
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