La buena idea es aquella que, cuando la escuchamos, lo primero que se
nos viene a la mente es: “¿Cómo no se me había ocurrido antes?” Parece tan
obvia, como si siempre hubiese estado ahí, a nuestro lado.
Y es que lo está: se encuentra “al lado”. Se trata del pensamiento lateral
o divergente. Se le llama así porque diverge, es decir, se separa y ofrece
soluciones más creativas a una situación que aquellas que normalmente se nos
ocurrirían.
Cuando evaluamos un problema, se nos ocurre un patrón habitual para
resolverlo de acuerdo con nuestras experiencias previas, lo cual limita las
soluciones posibles. Por ejemplo: un tendedero de ropa es únicamente para
colgar prendas de vestir a secar. Para eso sirve únicamente según nuestra
experiencia. Sin embargo, también puede ser usado como decoración, para colgar
fotografías dentro de la casa. ¿O qué tal colgarlas de una caña de pescar
vieja? ¿O de las ramas de un árbol dibujado en la pared para aquellas
familiares? El pensamiento divergente es aquel que rompe con ese esquema rígido
y se va por caminos no tradicionales. A un problema (colgar las fotografías),
se ofrecen más soluciones que un simple portarretratos, que es lo primero que
se nos viene a la mente basados en nuestra experiencia y patrones aprendidos.
Esta única solución automática vendría a ser más bien el pensamiento
convergente, que suele buscar una sola respuesta a un problema y organiza toda
la información para llegar a ella. Es el típico por el que se rige la educación
tradicional, donde de todas las opciones posibles en una pregunta de examen
sólo una es la correcta.
Algunas teorías pedagógicas indican que todos tenemos este tipo de
pensamiento más desarrollado en la temprana infancia, cuando aún no hemos
pasado por el sistema educativo y debemos descifrar el mundo por nosotros
mismos, sin parámetros previos. Es por eso que el modo de ver la vida de los
niños muchas veces nos sorprende. Dan definiciones y enfoques a temas de
maneras que nunca se nos hubiesen ocurrido, pero que tienen una lógica
contundente.
El psicólogo maltés Edward De Bono fue quien acuñó el
término de pensamiento divergente, al afirmar que es una forma de organizar los
procesos de pensamiento por medio de estrategias no tradicionales. Estas
incluyen encontrar analogías, ignorar una característica del problema para
poder analizarlo desde otros puntos de vista, o alejarse de estereotipos y
considerar incluso las soluciones más absurdas, para ir ampliando la mente
hacia otros horizontes.
No se debe confundir, sin embargo, el pensamiento divergente con el
creativo. El divergente es más bien una característica de la creatividad, que
está más involucrada con la imaginación que con el pensamiento lógico-racional.
La próxima vez que te enfrentes con un dilema, intenta poner en marcha
tu pensamiento divergente. No importa qué tan absurdas puedan parecer las
soluciones que se te ocurran, la idea es que experimentes nuevas formas de ver
la vida y te entrenes cada día.
Trata con lluvias de ideas, haz mapas mentales o ponle más atención a
tus sueños apenas te despiertes en la mañana.
En fin: atrévete a pensar diferente.
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