domingo, 8 de diciembre de 2019

Siempre Se Puede



 lo largo de nuestra vida nos encontramos en situaciones o momentos que nos obligan a cuestionar el camino que seguimos. A veces solo nos queda una opción: volver a empezar.

Aunque cierres los ojos sentirás con el corazón. Recuerda que aunque no hay más ciego que el que no quiere ver, esto no implica que el dolor, la tristeza o la angustia desaparezcan por arte de magia, que sea suficiente con cerrar los ojos. No es cuestión de chasquear los dedos y que todo cambie.

Es empezar a aceptar que aquello que nos daña existe y aprender a enfrentarnos a ello.
Aunque esto te asuste, aunque pienses que sentirás el horror en tu vida, normalmente nada es tan malo como imaginamos que será. Uno de nuestros mayores monstruos es nuestro pensamiento catastrofista (ese que algunos alimentan porque así se supone que se protegen de las decepciones). Y contra nuestros mayores monstruos solo cabe la valentía de hacerles frente.

Pero, ¿cómo voy a enfrentarme a aquello que más temo? Paso a paso, siendo el primer paso admitir nuestra propia guerra interna, esa que niega todo lo que nos hace sufrir, esa que nos repite continuamente que no ocurre nada malo aunque estemos gritando por dentro. Entonces, una vez admitido el malestar, destaparemos a nuestros mayores miedos; desenmascarados estaremos en posición de elegir las mejores armas para enfrentarnos a ellos.

El mundo es un lugar hostil para todos, pero solo aquellos que lo afrontan sin miedo, viven plenamente su vida
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Sentirás el peso del mundo
Al principio sentirás el peso del mundo sobre tu pecho o sentirás que todo se está apagando a tu alrededor, pero entenderás que solo hay que ponerle nombre al pánico o la depresión que anidan en tu interior. Una vez que tienen un nombre se alejan los temores, porque sabes qué ocurre y puedes pedir ayuda para hacer frente a aquello que consideras una amenaza.

Ponerle nombre a aquello que sentirás no implica reducir tu realidad a los pocos detalles que caben en una etiqueta. Tampoco será una excusa válida en la que escudarte cada vez que te equivoques ni una definición completa de ti mismo. Será una parte, una pequeña parte que te integra, pero no que te define, porque tú eres mucho más.

Poner un nombre no implica olvidar el contexto en el que surge el problema, los apoyos con los que cuentas o tus propios recursos ante ellos. Se trata de una manera de acotar de forma sencilla un cúmulo de emociones, pensamientos y conductas que de otra manera resultaría más complicado de entender.

Eso sí, simplificar tampoco implica que olvidemos que detrás de cada nombre, cada miedo, cada monstruo, hay una persona con sus propias singularidades. Una persona que sufre y que también es valiente, una persona que ante todo necesitará apoyo y comprensión.

“No ames lo que eres, sino lo que puedes llegar a ser”.

-Miguel de Cervantes-


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