Podríamos definir la historia de las mentalidades simplemente como la
historia del acto de pensar, siempre que entendamos por pensar la manera que el
ego tiene de percibir, crear y reaccionar frente al mundo circundante. No es
pues la historia del pensamiento, ni de la cultura, por lo menos como se han
entendido hasta hoy. Aunque nos disguste pretenderlo las palabras anteriores
resultan una definición, como tal —y de común ocurrencia en estos casos— no
encierra toda la profundidad ni las dimensiones del objeto definido.
Las palabras “mente” y “mentalidad” provienen del latín, pero han vivido
una larga y apasionante aventura hasta llegar a ser aceptadas, usadas y
comprendidas por la generalidad de los parlantes del mundo occidental.
Actualmente, en efecto, cualquier persona la usa en una conversación corriente
para referirse a algo parecido a la preocupación de la historia de las
mentalidades y más o menos lo mismo que expresa en su definición el Diccionario
de la Lengua Española, de la Real Academia, que al respecto dice: “Capacidad,
actividad mental. Cultura y modo de pensar que caracteriza a una persona, a un
pueblo, a una generación, etc.”.
En el ámbito humanístico y científico, en cambio, su uso es más
cuidadoso y tímido en un principio.
La palabra “mentalidad” es primeramente empleada por los filósofos
ingleses —especialmente del siglo XVII— para designar la cualidad de la
psiquis. Más tarde el iluminismo ilustrado encuentra en ella, a través de
Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones de
1745, un uso más cercano a las reacciones pensantes de la sociedad. Pero recién
la expresión completa su riqueza relativizante por el año 1900, con Marcel
Proust, cuando escribe: “Mentalidad me gusta. Es como esas palabras nuevas que
se lanzan”. (Citado por Le Goff, 1974, Pág. 76). El autor de En busca
del tiempo perdido, la utiliza para designar un cierto estado
sicológico, entre morboso y expectante, detenido en la penumbra de lo normal y
de lo excéntrico, inmovilizado por la fuerza del acontecer, fatalmente
histórico, simple y lógico.
La tonalidad compleja y especial que le dio Proust a la expresión
“mentalidad” siguió rondando largo tiempo entre investigadores y escritores de
principios del presente siglo. No tuvo mucha suerte en sicología. En las
ciencias humanas, fue Lucien Lévy-Bruhl quien la empleó primeramente para
definir algo concreto, en su obra La mentalité primitive (1922).
Su objeto, es importante hacerlo notar, no fue la realidad actual, ni el
comportamiento sicológico mayoritario de la sociedad. Por algún tiempo esta
tendencia parece haber marcado la tónica de los estudios sobre
mentalidades.
En efecto, examinando incluso a los autores considerados como los
primeros teóricos de la historia de las mentalidades, Lucien Febvre (1938),
Georges Duby (1961) y Robert Mandrou (1968), descubrimos que se preocupan por
situaciones que podríamos considerar excéntricas del acontecer humano, por lo
menos como lo expresa la historia tradicional. Sus grandes temas fueron las
crisis de todo orden, las epidemias, la muerte, el milenarismo, las visiones
pervertidas del mundo, fobias sociales, etc. Es claro, como suele suceder en la
dinámica del desarrollo científico, a poco andar, nos dimos cuenta, por una
parte, que aquellas cuestiones excéntricas constituían gran parte de las vías e
indicadores para descubrir los ejes centrales del andamiaje de la historia, por
otra, que la riqueza de sus posibilidades iba invadiendo los modos de
comprensión del pasado.
Actualmente la historia de las mentalidades tiende un puente entre la
historia como ciencia y las demás expresiones de las ciencias humanas, además
es un nuevo camino —ya que los que existían parecen borrados desde hace tiempo—
que la unen de otro modo con la filosofía. Sea como fuere, ante una historia
tradicional de corte clásico o positivista, ante la opaca historia montada
sobre ideologías políticas que vino posteriormente, en fin, ante un cierto
cansancio de la rutina cuantitavista, la historia de las mentalidades aparece
ahora como un refrescante remanso.
Como fácilmente puede deducirse los fuertes lazos establecidos entre la
historia, la sicología y el sicoanálisis, a través de la historia de las
mentalidades, tiene un efecto irradiante para la historia, que afecta desde el
estudio del acontecer político, pasa por lo económico y social y llega a
encontrarse plenamente con la realidad cultural y con aquella del “tiempo de
vivir”. Lo que se puede lograr con todo ello es impredecible, los
investigadores que reclamábamos, por ejemplo, que la actividad mental del
hombre que sueña es parte del acontecer histórico —repetitiva y simbólica si se
quiere— tenemos ahora una rica gama de posibilidades de interpretación del
sueño y de configurar su contenido y tendencia histórica.
Es que, finalmente, la vieja madre de la ciencia que es la historia nos
acaba de presentar su último engendro, una criatura genial, que crece y se
agranda enormemente y que es la historia de mentalidades.
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