Esta continuidad se ha conseguido gracias a una serie de mecanismos
hereditarios que no solo perpetúan la existencia de los seres vivos, sino
también de aquellos caracteres evolutivos que van apareciendo en ellos como resultado
de los cambios y adaptaciones a los diferentes ambientes. Pero para que estos
mecanismos hereditarios y evolutivos puedan actuar, es indispensable, que los
seres vivos, ejerzan una de sus funciones más características: la reproducción.
La reproducción, a diferencia de otras funciones vitales, no es
indispensable para la vida del individuo en sí, pero sí para la continuidad de
la vida de la especie. A cualquier ser vivo, vegetal o animal, se le pueden
extirpar sus órganos reproductores y el individuo sigue vivo; pero si a todos
los individuos de una determinada especie se les privase de su sistema
reproductor, dicha especie estaría llamada a desaparecer. La posibilidad de
reproducción confiere entonces a la materia viva la condición esencial de su continuidad,
logrando así compensar la desaparición de los individuos producida a causa de
la enfermedad y la muerte.
Existen en el mundo dos procedimientos de reproducción presentes tanto
en el reino Vegetal como en el Animal, con características específicas bien
diferenciadas: el asexual y el sexual.
La reproducción asexual parte de un único individuo, del cual se
desprende una parte que se transforma en un nuevo ser semejante al progenitor.
La reproducción sexual, en cambio, se basa en la unión de dos células
especializadas, llamadas gametos, procedentes de dos progenitores sexualmente
distintos, pero de la misma especie.
En el caso de la reproducción asexual, también llamada reproducción vegetativa o multiplicación asexuada, el proceso reproductor es muy sencillo y, al afectar a un único individuo, los caracteres hereditarios de éste, y solo ellos, serán los que se transmitan a su descendiente o descendientes.
En el caso de la reproducción asexual, también llamada reproducción vegetativa o multiplicación asexuada, el proceso reproductor es muy sencillo y, al afectar a un único individuo, los caracteres hereditarios de éste, y solo ellos, serán los que se transmitan a su descendiente o descendientes.
En la reproducción sexual los mecanismos son más complejos, tanto en lo
que se refiere a la propia elaboración de los gametos como a la indispensable
fusión de los dos procedentes de individuos sexualmente distintos. De esta
fusión de los gametos o células reproductoras se origina una nueva célula,
llamada cigoto, que dará origen a un nuevo ser en el que estarán presentes
los caracteres hereditarios de ambos progenitores. Al permitir el intercambio
de material hereditario entre sujetos sexualmente distintos, la reproducción
sexual da origen a individuos en los que hay mayores posibilidades de aparición
de nuevos caracteres que representen una mejora en relación con cada uno de los
progenitores, su poniendo un factor fundamental en la selección natural.
Sea cual sea el mecanismo reproductor, es preciso que las especies
dispongan de los resortes necesarios para asegurar la efectividad del proceso,
haciendo posible que cada nueva generación equivalga aproximadamente a la
anterior, consiguiendo que las variaciones a la constancia numérica,
tanto por exceso como por defecto, sean corregidas, pues de lo contrario
la especie acabaría por desaparecer. De este modo, si existe una disminución de
la población, ésta deberá aumentar su fertilidad durante un tiempo hasta llegar
a compensarla, y, por el contrario, si se produce una sobrepoblación, entrarán
en funcionamiento mecanismos reguladores, tales como aumento de la depredación,
aparición del hombre, aumento de la agresividad, que traerán como consecuencia
la muerte de una parte y, por tanto, la vuelta al equilibrio.
La continuidad de la vida implica, pues, no solo el simple acto de la
reproducción, sino también los procesos encaminados a reducir al mínimo la
mortalidad de las células reproductoras y de las crías.
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