Nuestro propio camino lo trazamos en cada instante, con cada elección
que hacemos, y escuchando a nuestro corazón. No podemos controlar, de antemano,
el rumbo que tomará mañana ni todos los días que tendremos la fortuna de vivir.
Por más que intentemos orientarlo de forma duradera, hemos de asumir que
cualquier cosa puede influir en su trayectoria, en cualquier momento.
No podemos imponer una dirección para toda la vida, aun cuando nos
esforcemos por seguir los pasos de otros.
Es una evidencia geométrica que nuestro ámbito de relaciones está en
constante evolución, y que todos los caminos que se cruzan terminan tomando,
inevitablemente, direcciones divergentes. No podemos avanzar por la vida
y fijar, al mismo tiempo, la intersección de dos vías.
El carácter aparentemente imprevisible de estos cruces de caminos acaba
siendo un poderoso motor de evolución que nos pone constantemente en
entredicho, en cada encuentro… y en cada alejamiento, también.
Toda relación termina inevitablemente por disolverse un día, y aquel que
intenta agarrarse a ella se recluye en la ilusión y en el apego. La vida solo
existe en el movimiento, en lo pasajero de toda realidad terrestre.
Por desgracia, el ser humano amancilla a menudo una relación terminada,
como si hiciera falta hallar un responsable de la divergencia de orientaciones,
en lugar de aceptar que el final de todo camino compartido es una enseñanza
mutua enriquecedora, que hace de nosotros lo que hoy somos.
Nada se estropea cuando dos caminos divergen, puesto que el otro
continúa de alguna manera viviendo en nosotros, a través de la experiencia
vivida. Depende únicamente de nosotros que lo integremos, para darle un
sentido.
El fracaso no está sino en nuestra incapacidad de crecer a partir de
relaciones pasadas. Deberíamos celebrar cada separación lo mismo que cada
encuentro.
Por mi parte, experimento siempre mucho amor y agradecimiento hacia las
personas que han formado parte de mi vida, pues aunque nuestros caminos hayan
tomado direcciones diferentes, la riqueza de nuestro pasado común es parte
integrante de los fundamentos del ser que ahora soy. El amor no se limita a la
proximidad de dos seres, sino que puede vivirse más allá de cualquier distancia
adoptada. Solo la forma cambia…
Renunciar a seguir una vía propia, para seguir los pasos de otros, es
una forma de negación de sí, que conduce a vivir la vida de otros, en la
ilusión de que la felicidad solo puede venir del exterior. Por supuesto, otra
vía puede inspirarnos, pero no deberíamos nunca restringirnos a ella, o
encerrarnos en ella. Observar con desapego un camino divergente del
nuestro es de una riqueza enorme, puesto que nos lleva al cuestionamiento y al
replanteamiento.
Obligarnos, en cambio, a seguirlo ciegamente es solo pérdida y olvido de
nosotros mismos.
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