martes, 10 de diciembre de 2019

Confiantes

Hasta no hace tanto, muchos de nosotros fuimos aquello que pudimos o que otros nos dejaron ser. Sin embargo, con el tiempo, el corazón se enciende y la mirada se vuelve valiente. Atrás quedaron los miedos, porque hoy, por fin, somos todo lo que queremos, sin restricciones ni reservas y sin miedo al qué dirán.


Lograrlo no siempre es fácil, es resultado de un viaje para el que no siempre compramos los billetes correctos. La realización personal no llega con los años, como lo hacen las primeras canas o las primeras arrugas. Alcanzar la plenitud y esa sensación de bienestar y de equilibrio interno no es algo normativo, ni tampoco un programa que podamos instalar en nuestro cerebro como quien se descarga una aplicación nueva en su teléfono móvil.

“La felicidad es cuando lo que piensas, haces y dices está en armonía”
-Ghandi

Por otro lado, hay algo curioso en todo esto. Cuando en ocasiones pasamos por delante de una cafetería y escuchamos al vuelo alguna que otra conversación, hay una frase que casi siempre se repite. Es como un leitmotiv, como un especie de lamento o casi como una invocación: “Yo lo único que quiero es ser feliz”.

En esta frase se contiene cierta gota de desesperación y una tonelada de anhelos. Es como si muchos de nosotros sintiéramos una especie de “despersonalización”, como si estuviéramos enfrascados en una realidad en la que no nos identificamos, que no nos pertenece porque sencillamente, no nos confiere una felicidad real.

Te proponemos reflexionar sobre ello, te invitamos a hacer cambios para construir una nueva realidad más satisfactoria.

Lo que era ayer y lo que soy en este momento

Hay quien se enorgullece cual regio titán de no haber cambiado nunca. De mantener siempre un mismo estilo de pensamiento, unas mismas actitudes y unas mismas esencias. Hemos de tener cuidado con este tipo de personalidades porque el ser humano, lo queramos o no, está obligado a avanzar como persona, a crecer, a ser flexible y a adaptarse a esta compleja realidad para construir una felicidad más íntegra, real y satisfactoria.

Ahora bien, la felicidad no debería ser una meta sino una consecuencia, un subproducto de cada una de las acciones que hacemos al cabo del día, esas por las que merece la pena vivir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario