“Si lo que se busca es una “sociedad integrada”, con un mínimo de
cohesión interna, que no homogeneidad (habría que hablar, más bien, de ordenada
convivencia entre diferentes), la integración ha de concebirse no como un
proceso unilateral, sino bilateral o incluso multilateral”
“Cuanto más tiempo dedico al estudio de la
migraciones, más convencido estoy de que el principal elemento que conforma
este fenómeno, en destino, es la integración social de los inmigrados. Justo
porque la integración social no puede producirse de forma abstracta, teórica,
si no en la realidad, de manera práctica” (Fernando Checa)
Cuando se habla de cómo tendrían que interrelacionarse los inmigrantes y
la población del país que los recibe, con frecuencia se utiliza la
expresión ‘la integración de los inmigrantes’. Da lo mismo que se hable a
favor de ella o en contra, de que se haga con la mejor voluntad o con la
intención de colocar el mayor número de piedras en el camino, pero esta
expresión resulta profundamente desgraciada. ¿Por qué? Esta expresión denota un
proceso unilateral en el que todo el esfuerzo parece que ha de ser realizado
por parte de los inmigrantes, que como recién llegados pretenden incorporarse
al tronco principal de la sociedad de acogida. Si, por el contrario, lo que se
busca es una “sociedad integrada”, con un mínimo de cohesión interna, que
no homogeneidad (habría que hablar, más bien,
de ordenada convivencia entre diferentes), la integración ha de
concebirse no como un proceso unilateral, sino bilateral o incluso multilateral.
En cuanto proceso de intercambio cultural y de convivencia étnica
no impositivo,
la integración requiere ser concebida como un proceso
bidireccional (a two way process) y dinámico de adaptación mutua y
reconocimiento recíproco (una definición en línea, por cierto, con
los principios básicos comunes de integración patrocinados por
la Unión Europea).
Si el esfuerzo por adaptarse únicamente se les exige a los
inmigrantes, eso ya no se parece en nada a la integración: eso recibe el
nombre de asimilación. Mediante la integración se intentaría evitar la
emergencia de una sociedad fragmentada, compuesta por sociedades paralelas,
y propiciar que todos los individuos tengan las mismas expectativas y
las mismas posibilidades, pero también las mismas exigencias y los mismos
deberes.
No se trata, sin embargo, de que todos piensen lo mismo, crean lo mismo,
sigan los mismos valores o lleven el mismo modo de vida. La finalidad básica
de este modelo de convivencia se expresaría bien con el conocido
lema «igualdad en la diversidad». Se trataría, entonces,
de conseguir, nada más y nada menos, que toda la población disfrutase de
unas condiciones de bienestar similares, empezando por un acceso efectivo
a los derechos compartidos por la mayoría de los ciudadanos, pero también por
el efectivo cumplimiento de las obligaciones que esos derechos llevan
aparejadas.
Aunque muchas fórmulas terminológicas no son más que herramientas
en la lucha simbólica que sirven para estructurar el discurso político y para
articular una percepción interesada de la realidad y, por tanto, nunca son
neutras, he aquí algunas acepciones básicas del término «integración social»:
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