La respuesta podría comenzar por una afirmación sencilla: a fin de
cuentas, nuestro cuerpo es uno, una orquesta sinfónica que opera
sincronizadamente para mantenernos con vida. Y aunque nuestros pensamientos,
nuestras ideas, emociones, miedos y alegrías a veces parezca que no los vemos,
parezca que sólo son mentales, en realidad no serían posibles sin el soporte
físico del cuerpo, sin las hormonas, los neurotransmisores, el estómago que se
contrae o las lágrimas que acuden a paliar el sufrimiento.
Prueba de esta conexión estrecha es un estudio publicado recientemente a
propósito del efecto que el ritmo cardíaco podría tener en los procesos de
razonamiento del cerebro.
La investigación estuvo a cargo de Igor Grossmann, profesor de
psicología en la Universidad de Waterloo, quien en colaboración con otros
académicos de la Universidad Católica Australiana analizó el ritmo cardíaco de
un grupo de voluntarios en comparación con un grupo de control, esto al tiempo
que se evaluaban sus cualidades de razonamiento y su capacidad para elaborar
juicios, recordar y otras habilidades cognitivas afines.
Según lo observado, las personas en las que el ritmo cardíaco tiene
variaciones constantes fueron también quienes mostraron un mejor desempeño en
las pruebas de evaluación cognitiva. En especial cuando se trató de ofrecer una
solución a un problema de tipo social visto desde una perspectiva externa a la
de los involucrados (esto es, como un tercero que sólo opina), los individuos
de ritmo cardíaco alterado fueron quienes ofrecieron alternativas que no
estuvieron sesgadas por sus propios intereses o puntos de vista.
De acuerdo con el profesor Grossmann, esto no necesariamente indica que
dichas personas sean “más sabias”, sin embargo, sí parece ser una ventaja con
respecto a aquellas menor variación en sus pulsaciones.
Quizá ahora sólo queda responder por qué sucede esto y si tal vez, como
podría sugerirse desde una perspectiva más psicológica, si acaso la diferencia
estriba en que hay quienes pueden con mayor facilidad que otros dar libre curso
a sus pensamientos, emociones y aun procesos fisiológicos, mientras que otros
individuos los contienen, lo cual redunda en una mayor fluidez de personalidad
que se transmite y ocurre en la vida social.
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