Cada nuevo día podemos
elegir cómo vivirlo. Podemos elegir despertarnos con una sonrisa o con un gesto
agrio. Podemos elegir vivir serenamente un precioso y único día, con sus
avatares favorables y contrarios, o agobiados por los problemas cotidianos, con
la mente estresada y el cuerpo en tensión.
La diferencia radica en mantener la mente relajadamente atenta a lo que en realidad tiene valor en la vida, tratando de que lo superfluo, lo innecesario, cada vez tenga menos peso en nuestros actos y en nuestros pensamientos. Una forma de favorecer que se dé este estado mental es percibiendo que todo aquello que surja de una emoción negativa será negativo. Si la ira, el rencor... nos arrastran a actuar, esta acción será irresponsable y probablemente dañina.
La mente puede parecer compleja, pero a través de la meditación podemos entender que la mente es realmente simple. Se divide en aquello que nos perjudica y lo que nos favorece. El odio, el rencor, la ira... nos perjudican; el amor, la amistad, la compasión... nos favorecen. Además, coincide que aquello que realmente favorece a quien lo hace, favorece asimismo al resto de los seres, y lo que hagamos que vaya en contra de uno, también lo hará en contra de todos los demás.
Para ir paulatinamente entendiendo la mente diré una práctica muy efectiva, quizá una de las mejores que se pueda hacer. La esencia es sencilla: concentrémonos únicamente en una sola cosa. Si logramos mantener la concentración exclusivamente en algo, aunque sea unos instantes, el resultado para la mente es de incalculables consecuencias positivas. Conforme practiquemos iremos viendo cómo la mente, poco a poco, se va sumando a este estado en el cual se relaja y se encuentra consigo misma, y cada vez logra estar más tiempo orientada hacia un solo objeto de meditación sin perturbarse.
De esta manera iremos logrando que la atención se dirija a lo que realmente queremos. Si permitimos que vague errante de un lugar a otro, será efímera e inconsistente, y en vez de ser nosotros quienes marquemos las pautas de nuestra realidad, serán las circunstancias cambiantes y erráticas quienes lo hagan.
Si queremos mantener nuestra atención en esa hoja que se balancea mecida por la brisa, hagámoslo. Después, si así lo queremos, cambiemos el objeto de nuestro pensamiento, pero tratemos de que la mente no sea la hoja arrastrada por el huracán de un lugar a otro.
La atención nos permite ser conscientes, pero no es en sí la consciencia, aunque sin ella, sin la atención, no es posible adquirirla. Sólo somos conscientes cuando somos capaces de estar atentos al mundo, y éste se patentiza en lo pequeño, en el detalle, en la manecilla del reloj. Si somos capaces de mantener la atención sobre un grano de arena, somos capaces de ser conscientes del mundo.
No se trata de hacer lo que no podemos hacer, sino de hacer lo que podemos hacer lo mejor que podamos.
¡Hagámoslo!, lo mejor que sepamos. Así pues, hagamos lo que hagamos, ¡hagámoslo!
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