Al final de todo, todos soñamos con viajar, pero a muchos se nos olvida
que la vida en su más pura esencia es el mejor y más aventurado viaje”
Muchos vivimos ese confuso sentimiento que ocurre en el momento en
el que flotamos en una rutina asfixiante, sin preguntarnos dónde
estamos o queremos estar, qué somos o quiénes queremos ser.
La idea que nos han vendido de cómo vivir nuestras vidas bajo cánones
y prejuicios, todo con el único fin de evitar que salgamos de esa rueda
de hámster que inventaron para nosotros. Y es que ‘loco’ llaman al
que se quiere bajar y ‘marginal’ al que lo hace.
Mientras, te preguntan: ¿qué vas a hacer con tu vida y tu futuro? sin
pararse a pensar que para ellos preguntar eso significa que ya no es ni su vida
ni su futuro, porque están tan preocupados por mañana que se
olvidaron del hoy. Media vida haciendo planes para pasar la otra
media arrepentido.
Recordar la chispa en los ojos y esas sonrisas infinitas de todos esos
valientes que tomaron como obligación vivir la vida a su manera, respirando,
mirando, escuchando como si fuese la última vez y el mañana no existiese.
Todas esas excusas que nos decimos para no hacer las cosas, pues
siempre es más fácil vivir en esa zona de comodidad tan de moda en estos
tiempos que arriesgarse a vivir una vida que puede ser maravillosa, llena de
gente y lugares que te llenan más y más rápido que 20 coches y 20
casas. Pues al final de todo, todos soñamos con viajar, pero a muchos
se nos olvida que la vida en su más pura esencia es el mejor viaje en el
cual conocemos personas, sitios, y sobre todo a nosotros mismos.
No pienses que el camino para llegar a nunca jamás está en algún país o
lugar concreto, sino que este se encuentra en cada segundo de ese tiempo que
pasamos en una furgoneta, el metro, tomando café con amigos, disfrutando un
atardecer todo mientras reímos y lloramos hasta quedarnos vacíos.
Esos momentos en los que no podemos esconder quienes somos en lo más
profundo de nuestro ser
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