Estos
días pasados he incursionado por los senderos que conducen a la
intersección de varios caminos, como quién circula por una autopista de
múltiples carriles y observa los indicadores que anuncian los desvíos que se
avecinan más adelante y hacia dónde éstos se dirigen.
Cuando
la ruta es conocida y se tiene claro el lugar al cual nos dirigimos, casi no es
necesario prestar demasiada atención a nuestro entorno, recorremos largas
distancias sumidos en la abstracción, con la mente puesta en la ansiada
llegada, en el punto de encuentro con lo que es el objetivo de nuestro viaje.
Quienes
hemos realizado rutinariamente determinados viajes, sabemos que aunque
recorramos cientos de kilómetros, lo que pasa delante de nuestros ojos y lo que
puedan percibir nuestros sentidos, nos resulta indiferente, miramos sin ver,
escuchamos sin oír, transitamos sin percibir lo transitado y nuestro viaje no
tiene otro sentido que mirar una larga sucesión de imágenes de indicadores de
la distancia que nos separa del destino final al cual nos dirigimos.
Ahora,
cuando desconocemos el camino y hacia dónde nos conduce, la situación es bien
diferente, todo lo que sucede a nuestro alrededor cobra importancia incluso los
detalles más insignificantes, se puede decir que estamos atentos a nuestro
entorno, que nos hemos integrado, la indiferencia y el desinterés del tránsito
rutinario han dado paso a una nueva forma de transitar, quizás ahora sí miremos
para ver, retener, conocer, oigamos los sonidos, las señales acústicas, la voz
de los otros que comparten nuestro viaje, el sentido de nuestro desplazamiento
, y sobre todo tomamos consciencia de cuántos "otros" que
también son "yoes" constituimos "el todo"
que juntos proporcionamos " el rostro humano" de una
sociedad organizada en base a la solidaridad de los unos para con los otros.
Suelo
transitar por caminos desconocidos donde son posibles los encuentros
inesperados con personas que desconoces, que descubres en medio de la multitud
que pasa diariamente a tu lado , situaciones similares a la experimentada por
el Divino Maestro, cuando estando en medio de la multitud que se agolpaba a su
alrededor, manifestó, ¿ quién me ha tocado?
"De pronto Jesús, reconociendo
dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo:
—¿Quién me ha tocado el manto?
Sus discípulos le dijeron: —Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: "¿Quién me tocó? El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto." Marcos 5. 21 – 43
Salvando las distancias, esta experiencia que hemos descrito se asemeja a las que podemos experimentar, cada uno de nosotros, cuando transitamos por la vida atentos a la energía que irradiamos, entonces han de aparecer las afinidades y las diferencias apreciaremos la diversidad de posturas que cada uno asume ante circunstancias similares a las nuestras, aunque aún así, sigamos sin darnos cuenta de cuánto nos ayudaría el simple hecho de poder despojarnos de nuestros egos autistas para poder compartir nuestras singularidades, aquello que nos identifica como individuos pero que a su vez, nos complementa.
No se trata de una simple operación matemática, si contabilizáramos el número de individuos con los cuales nos entrecruzamos a lo largo del sendero, obtendríamos un número, quizás hayan sido diez, o veinte, quizás fuesen cien o miles, pero fuere cual fuese ese número hipotético resultado de nuestra suma, deberíamos respondernos, han sido tantos, ¿pero tantos qué?
Sin duda la respuesta nos daría una pauta de cuánto desconocemos de aquellos que miramos sin ver, que cruzamos sin mirar, que percibimos sin identificar, a los cuales ignoramos para no exponernos, como quién se recubre de profilácticos para no contraer el mismo mal que socialmente portamos, el mal de la indiferencia colectiva que nos destruye a todos por igual sin darnos cuenta que el único antídoto que podría inmunizarnos se encuentra en el contacto en vivo y en directo con nuestro prójimo aquellos que caminan con la misma indiferencia que caminamos nosotros.
Hugo W. Arostegui
Sus discípulos le dijeron: —Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: "¿Quién me tocó? El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto." Marcos 5. 21 – 43
Salvando las distancias, esta experiencia que hemos descrito se asemeja a las que podemos experimentar, cada uno de nosotros, cuando transitamos por la vida atentos a la energía que irradiamos, entonces han de aparecer las afinidades y las diferencias apreciaremos la diversidad de posturas que cada uno asume ante circunstancias similares a las nuestras, aunque aún así, sigamos sin darnos cuenta de cuánto nos ayudaría el simple hecho de poder despojarnos de nuestros egos autistas para poder compartir nuestras singularidades, aquello que nos identifica como individuos pero que a su vez, nos complementa.
No se trata de una simple operación matemática, si contabilizáramos el número de individuos con los cuales nos entrecruzamos a lo largo del sendero, obtendríamos un número, quizás hayan sido diez, o veinte, quizás fuesen cien o miles, pero fuere cual fuese ese número hipotético resultado de nuestra suma, deberíamos respondernos, han sido tantos, ¿pero tantos qué?
Sin duda la respuesta nos daría una pauta de cuánto desconocemos de aquellos que miramos sin ver, que cruzamos sin mirar, que percibimos sin identificar, a los cuales ignoramos para no exponernos, como quién se recubre de profilácticos para no contraer el mismo mal que socialmente portamos, el mal de la indiferencia colectiva que nos destruye a todos por igual sin darnos cuenta que el único antídoto que podría inmunizarnos se encuentra en el contacto en vivo y en directo con nuestro prójimo aquellos que caminan con la misma indiferencia que caminamos nosotros.
Hugo W. Arostegui
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