Al escribir no se trata simplemente de ir presionando el teclado
para que se formen las palabras, aunque de hecho eso es lo que hay que
realizar, la digitalización de lo que decimos requiere la técnica de digitar y
las expresiones que formulamos requiere conocer el lenguaje con el cual nos
expresamos para no incurrir en las consabidas faltas gramaticales.
Tampoco eso es todo lo que se requiere, entre tantas otras cosas
que se deben tener en cuenta se requiere tener claros los conceptos de
continente y contenido lo que equivale a decir que el concepto de “continente”
requiere saber dónde ubicar el “contenido” de lo que decimos en los espacios
permitidos por la hoja en blanco, es decir, el continente.
Cabe agregar, que debe existir cierta armonía entre el contenido y
el continente para que aquello que intentamos expresar puedan estar al alcance
de quién acuda a la lectura del mismo.
Todo esto lo decimos “como al pasar” sin detenernos a valorar la
calidad de lo que expresamos, eso es algo que escapa a la intención de quien
escribe y sólo puede ser opinable por quienes accedan a la lectura, es el
lector, lejos de toda la pasividad que podamos atribuirle, quién se erige como “el
juez” de la calidad expresiva de todo autor.
De manera que opinamos que existe un vínculo, un hilo conductor
que une los extremos de toda pretendida comunicación y ese vínculo es lo que
hace que existan “los elementos esenciales” entre ambos, quien escribe y quién
realiza la lectura, es en esa simbiosis donde fluyen los sentimientos
motivadores de toda la emoción contenida en la trama del texto publicado.
Hugo W. Arostegui
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