“En el lenguaje cotidiano la palabra
"sensibilidad" designa la capacidad para captar valores estéticos y
morales, pero en la filosofía kantiana esta expresión designa la facultad
para tener sensaciones; aunque no es muy exacto, podemos identificarla
con la percepción.
La Sensibilidad se divide en Sensibilidad
interna y Sensibilidad externa; la Sensibilidad interna es la percepción interna, es decir la
capacidad para tener un conocimiento inmediato, directo, de la propia vida
psíquica, como cuando sabemos que estamos tristes o que estamos recordando o
pensando; la Sensibilidad externa es
la percepción externa, es decir la capacidad para tener un conocimiento
inmediato de los objetos físicos, como cuando vemos una mesa o escuchamos una
canción. El espacio y el tiempo son formas a priori de la sensibilidad externa,
y el tiempo es la forma a priori de la Sensibilidad interna”
Immanuel Kant
(1724-1804)
(1724-1804)
Un día como el de hoy, 1ro. De mayo, es una
invitación a incursionar por los derroteros de la mente e intentar detenernos
en el tiempo en aquellos remotos y desafiantes momentos en los cuales tuvimos
la dicha incomparable de beber de esa agua siempre vida que manaba pura y
cristalina de nuestros primeros libros en los cuales nos familiarizábamos con
el pensamiento de autores que nos han inculcado en nuestro corazón el amor por la Filosofía.
El valor de la sensibilidad reside en la
capacidad que tenemos los seres humanos para percibir y comprender el estado de
ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de
las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de
los demás. Además, debemos distinguir sensibilidad de sensiblería, esta última
siempre es sinónimo de superficialidad, cursilería o debilidad.
Sin embargo, en diferentes momentos de nuestra
vida cotidiana hemos buscado afecto, comprensión y cuidados, y a veces no
encontramos a esa persona que responda a nuestras necesidades e intereses. ¿Qué
podríamos hacer si viviéramos aislados?
La sensibilidad nos permite descubrir
en los demás a ese “otro yo” que piensa, siente y requiere de nuestra ayuda.
Ser sensible implica permanecer en estado de
alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, va más allá de un estado de
animo como reír o llorar, sintiendo pena o alegría por todo.
¿Acaso ser sensible es signo de debilidad? No
es blando el padre de familia que se preocupa por la educación y formación que
reciben sus hijos; el empresario que vela por el bienestar y seguridad de sus
empleados; quien escucha, conforta y alienta a un amigo en los buenos y malos
momentos. La sensibilidad es interés, preocupación, colaboración y entrega
generosa hacia los demás.
No obstante, las personas prefieren aparentar
ser duras o insensibles, para no comprometerse e involucrarse en problemas que
suponen ajenos a su responsabilidad y competencia. De esta manera, las
aflicciones ajenas resultan incómodas y los padecimientos de los demás
molestos, pensando que cada quien tiene ya suficiente con sus propios problemas
como para preocuparse de los ajenos. La indiferencia es el peor enemigo de la
sensibilidad.
Lo peor de todo es mostrar esa misma
indiferencia en familia, algunos padres nunca se enteran de los conocimientos
que reciben sus hijos; de los ambientes que frecuentan; las costumbres y
hábitos que adquieren con los amigos; de los programas que ven en la
televisión; del uso que hacen del dinero; de la información que reciben
respecto a la familia, la moda, la religión, la política… todas ellas son
realidades que afectan a los adultos por igual.
Actuando de esta manera, se pierde la
posibilidad de construir un futuro diferente. Puede parecer extraño, pero en
cierta forma nos volvemos insensibles con respecto a nosotros mismos, pues
generalmente, no advertimos el rumbo que le estamos dando a nuestra vida:
pensamos poco en cambiar nuestros hábitos para bien; casi nunca hacemos
propósitos de mejora personal o profesional; trabajamos sin orden y
desmedidamente; dedicamos mucho tiempo a la diversión personal
.
En este sentido, la vida marcada por lo
efímero y el placer inmediato o dejarse llevar por lo más fácil y cómodo, es la
muestra más clara de insensibilidad hacia todo lo que afecta nuestra vida.
Reaccionar frente ante las críticas, la murmuración y el desprestigio de las
personas, es una forma de salir de ese estado de pasividad e indiferencia, para
crear una mejor calidad de vida y de convivencia entre los seres humanos.
Debemos emprender la tarea de conocer más las
personas que nos rodean: muchas veces nos limitamos a conocer el nombre de las
personas, incluso compañeros de trabajo o estudio, criticamos y enjuiciamos sin
conocer lo que ocurre a su alrededor: el motivo de sus preocupaciones y el bajo
rendimiento que en momentos tiene, si su familia pasa por una difícil etapa
económica o alguien tiene graves problemas de salud. Todo sería más fácil si
tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.
En otro sentido, vivimos rodeados noticias y
comentarios acerca de los problemas sociales, corrupción, inseguridad, pobreza,
distribución de la riqueza de manera desigual etc… estas cuestiones
progresivamente las naturalizamos, dejamos que formen parte de nuestra vida sin
intentar cambiarlas, dejamos que sean otros quienes piensen, tomen decisiones y
actúen para solucionarlos. La sensibilidad nos hace ser más previsores y
participativos, pues no es correcto contemplar estos problemas creyendo que
somos inmunes y que no nos afectarán.
Por el contrario, la sensibilidad nos hace
despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o
menor grado al desarrollo personal, familiar y social. Con sentido común y un
criterio bien formado, podemos hacer frente a todo tipo de inconvenientes, con
la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de
los demás.
Hugo W Arostegui
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