domingo, 1 de mayo de 2016

Obsecuencia: Conmemorando Un Nuevo 1ro. De Mayo

Tal como se puede apreciar en los enfrentamientos que actualmente sacude a las masas ya un tanto uniformes que componen “los adherentes” a los partidos políticos, los cuales se comportan, cada vez más, con una aptitud de meros acólitos, seguidores de algún gurú de gran influencia mediática ,cuyos seguidores pareciera que anteponen el fervor al razonamiento
Así estamos, envueltos en una bruma que nos impide observar con la claridad necesaria los acontecimientos que cada día se tornan cada vez más difusos a un punto tal de que ya no es posible distinguir lo que estimamos como correcto con aquellas acciones  que obviamente no lo son.
Es notorio que la inercia de las masas se acelera en detrimento del buen juicio. Cada vez son menos los que deciden anclar en el sano ejercicio del razonamiento. Las posturas tienden a radicalizarse volviéndose blanco o negro a la vez que se va engendrando una conducta maniquea de buenos y malos. Las divisiones se pronuncian al compás de discursos vehementes pero de vacío contenido. Ya no importa lo que se dice sino como se lo dice y quien lo profesa. Así es como el burócrata encontró en el marketing a su mejor aliado.
Se torna entonces pecaminoso mostrarnos indiferentes frente al ultraje que la técnica padece a manos de la política, que con su retórica imponente enmaraña a una sociedad cada vez más diezmada.
Seguir al líder es la premisa fundamental porque toda verdad radica en él, más no en el estudio riguroso de las cosas. Lo que el mandamás esgrime es mostrado como una revelación y poco importa la acallada vocación al conocimiento.
La idea de militancia emerge con una fuerza inconmensurable ante la mirada ya escéptica de una ciudadanía cuantitativamente inferior.
Casi sin darnos cuenta fuimos testigos cómplices del triste devenir social.
 Nos desprendimos sigilosamente de los emblemas republicanos para convergir en el lúgubre camino del caos. La única ley permitida es aquella labrada por las palabras del iluminado a seguir. Bajo el apotegma “conmigo o contra mí”, el partidismo militante enfatiza en la rivalidad perpetua. No hay opositores, hay enemigos. Si alguna vez la política supo ser el instrumento capaz de permitirnos una armoniosa convivencia, hoy ya no lo es. El giro ha sido copernicano: el medio se volvió un fin y el fin se volvió un medio. Ya no se trata de un marco donde la política es para los individuos sino que es al revés. Los objetivos se volvieron meramente electoralistas y en consecuencia el éxito estriba en la persuasión de quienes “eligen”.
El gran laurel es el ejercicio del poder y no se permiten segundos puestos. La verdad solo puede brindarla quien llega primero y toda disidencia es tomada como grito de guerra. De esta forma, el manual del militante nos enseña que no hay lugar para grises: se está con el líder o no se está. Pareciera que quien gobierna no comete yerros, puesto que toda disfuncionalidad del “modelo” responde siempre a fuerzas malévolas que confabulan en contra del legítimo Mesías.
Por ello, en la mentalidad de la militancia, la justificación es uno de los pilares fundamentales. Por muy surrealista que esto parezca, así es la realidad que nos agobia. Los fanáticos coparon el último bastión de nuestra sociedad: la mente.
Nos encontramos contaminados con el virus del dogmatismo más visceral.
No se piensa más en pos de una idea superadora, se piensa en términos de partidos y bandos. El sector que abrace mayores voluntades será quien venza sin importar la más cruda y objetiva realidad.
De esta forma, entre bombos y platillos, nos refriegan su victoria, una victoria que mutila la más mínima intención por sumergirse en el enriquecedor océano de replanteos. Los pensamientos que no son afines a quienes detentan el poder son confinados al obituario que significa el rótulo.
La censura es más sofisticada que en otras épocas, porque ahora se cobija bajo el manto de la descalificación.
Quien diside es imputado con un sin fin de improperios y no escapa a la condena de verse vinculado con la representación de “intereses mezquinos”. La maldad y el desacuerdo se volvieron sinónimos porque la militancia dejó en jaque al civismo.
Resulta alarmante la hipocresía con la que se manejan quienes hoy justifican actos que en otros tiempos hubiesen considerado un atropello.
Ahora llaman medios para la concientización a metodologías que en otros tiempos acusaban de propagandísticas y propias de una dictadura.
 Asimismo aplauden la violencia con la que amedrentan a los hacedores siendo que antes clamaban por la paz.
Triste dicotomía de una mentalidad perversa. Se hace evidente que la estrategia ya no radica en una gestión que abogue por el bienestar general sino en una que pueda manejar voluntades.
La mirada es cuantitativa, de modo que apelan al persuasivo discurso de lo nacional y popular para pegar impunemente al motor que genera la riqueza: el emprendimiento.
Tragicómicamente dicen defender los intereses de los trabajadores al mismo tiempo que cercenan las prerrogativas de quienes suministran los puestos de trabajo.
Difícil es poder predecir el puerto que nos depara un horizonte no muy lejano, lo cierto es que éste no es el rumbo.
Con un gobierno que detenta un poder omnímodo y una militancia cada vez más envilecida, se hace difícil poder retomar el camino de la razón. Las ideas cayeron en el sopor de una sociedad simplista porque su meta no es la verdad sino la eterna confronta. Se torna inevitable que en el declive del raciocinio las confusiones afloren a través de conceptos superfluos: derechas; izquierdas; intereses concentrados; justicia social; etc.
Es la semántica, sin dudas, un arma de efectivos resultados para el burócrata.
La repetición vaga de ciertas palabras, con sus respectivas significaciones e intencionalidades, se imponen como verdades absolutas e hipnotizan la conciencia colectiva.  Lamentablemente la partidocracia sepultó el espíritu innovador y pensante del individuo mientras erigió la consonancia del fanatismo.
De esta forma es que permitimos un gobierno de improvisados que gestionan según la coyuntura. Lo que digan no importa porque de todos modos serán defendidos a ultranza. Es que hemos llegado al punto donde la razón agoniza y emerge la obsecuencia.
edicionabierta.com.ar/
Hugo W Arostegui

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