Resulta ser algo muy gratificante la oportunidad que nos ofrece nuestra
memoria de poder recorrer por los caminos de nuestros recuerdos y, de esta
manera, como quien recurre a valiosos archivos celosamente guardados, acceder
nuevamente al repaso de los acontecimientos que en algún momento percibimos
como portadores de una información que no deberíamos permitir su extravío en
algún rincón desordenado o simplemente convertido en uno más de esos “apuntes amasados y
corrugados” por nuestros dedos, de esos que solemos dejar caer en la “papelera del olvido”.
Es así que nos encontramos con
un apunte nuestro, escrito con nuestro puño y letra, similares a tantos
garabatos indescifrables de los que solíamos registrar en nuestros tiempos de
estudiantes, en este improvisado registro, decíamos:
“De hecho, la historia universal registra a lo largo de los siglos el
invalorable aporte de diversos personajes, que han dejado una huella muy
profunda, verdaderos paradigmas, moldeadores de conductas, ejemplo de virtudes
que han sobrepujado la propia trascendencia de sus creadores, personajes
idealizados por la pluma de los magos de las palabras que les han dado vida,
figuras épicas, homéricas, dioses y semi dioses, santos y mártires, ángeles y
demonios, que desafían el tiempo y permanecen para siempre, inmortales, en la
conciencia colectiva de la humanidad.”
Seguramente esto que registramos en aquel momento ha sido parte de una
de las tantas disertaciones ofrecidas por nuestros magistrales profesores, de los cuales tuvimos el privilegio de escuchar y atesorar sus enseñanzas.
Así es como funciona la magia de los recuerdos, donde residen “los inmortales”
aquellos seres que permanecen en el tiempo a través de su siembra en el surco
de nuestra conciencia.
Hugo W Arostegui
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