“Los seres humanos no nacen para
siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a
parirse a sí mismos una y otra vez.”
“Cualquier ser de la naturaleza está satisfecho
de sí mismo cuando transita el camino apropiado. Y un ser racional transita el
camino adecuado cuando no consiente en admitir representación alguna falsa o
incierta. Cuando dirige sus impulsos solamente hacia el bien común. Cuando
limita los deseos y las aversiones en la medida que dependen de él mismo.”
Marco Aurelio
“La violencia forma
parte de lo cotidiano como una consecuencia natural de nuestro entorno, es la
expresión viva de nuestras frustraciones, la máscara donde se ocultan las
promesas incumplidas, los proyectos postergados, los mañanas de cambio que
nunca llegan, los presentes que se mofan
de nuestros previsibles fracasos y de la ridiculez de nuestras cada vez menos
creíbles excusas.
La violencia se ha instalado en el centro de todas las
emociones humanas, la hemos encumbrado nosotros mismos, es la llave maestra de
todas las justificaciones, el comodín que hace posible nuestras jugadas, la que
nos recubre de una pretendida impunidad, cuando muy dentro, en lo profundo de
nuestro yo, intentan accionar “los
frenos de la conciencia” que todavía,
aunque con una voz apenas audible nos recuerden quiénes somos y que es lo que
se espera que hagamos en determinadas
circunstancias.
La violencia que portamos
cual si fuera un virus de virulencia transmisible es fácilmente
detectable y se clasifica de acuerdo a las diversas formas en que se
manifiesta, lo que equivale a decir, que aunque la enfermedad sea la misma se
diversifica según sus síntomas externos.
De manera de que si somos violentos en el ámbito familiar,
tanto al o los agresores al igual que a
sus potenciales víctimas se les clasifica en lo que hemos denominado: Violencia
Doméstica.
Y la sintomatología de la violencia continúa, decimos: la
violencia de género; de acoso
sexual; las que atentan contra las
minorías, étnicas o religiosas, las que se expresan en agresiones a la
minoridad, a los indocumentados, las homofobias, las “barras bravas” en el
deporte, en los sindicatos, en las corporaciones, en los institutos de
enseñanza, en la inseguridad de las calles, en el tránsito, etc. etc.
En fin, un enorme rosario cuyas cuentas repasamos una a una
como quien intenta expiar una culpa mediante
una penitencia, que por ser un “mal de todos” se desvanece y difícilmente pase los umbrales
de las meras intensiones, tal cual lo expresa el refranero popular cuando nos
sentencia que: “ el mal de muchos es el consuelo de los tontos”.
Hugo W
Arostegui
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