Los seres humanos somos los herederos de un reino del cual
nos ocupamos por el simple hecho de haber nacido dentro de una sociedad que ha
asumido el dominio y la conducción de todo lo que le rodea.
Lo que recogemos desde la prehistoria es el saber de que “este
mundo” ha sido construido partiendo de la desorganización de los elementos
circundantes a los cuales se les organizo y ordenó para ser el albergue ideal
para la instalación de los reinos vegetal, animal, etc. para posteriormente instalar
la presencia de la raza humana y su descendencia, cabe agregar que a todas las
especies creadas se les ordenó que “se multiplicaran según su especie”.
No vamos a detenernos a analizar en detalle todos los
pormenores de esta narrativa, lo esencial, que rescatamos muy someramente, es
que nuestra especie es en los hechos “extraterrestre” pues se nos dice que “venimos
directamente de la presencia de Dios” y que nuestra razón de ser es la de “tomar
posesión” de todo el planeta en condición de administradores del mismo,
llegando esta atribución a la autoridad de hecho de clasificar y dar el nombre
definitivo a cada uno de los seres vivos que conforman su entorno.
Nuestra condición de meros administradores de este “nuevo
mundo” queda en evidencia cuando el propio creador del universo nos expulsa del
jardín donde habitábamos y nos condena a vivir en el mundo “solitario y triste”
en el cual tendríamos que padecer las consecuencias de nuestra desobediencia.
Este acontecimiento ha sido registrado por “la historia humana”
como un castigo tan importante y severo que hasta nuestros días nacemos los
humanos con una “marca indeleble” que nos condena a ser “portadores de un
pecado original”
No obstante lo expuesto, la realidad incontrastable es que
lejos de sentirnos condenados por la desobediencia nos hemos revestido del
orgullo y la soberbia propio de quienes pueden hacer lo que quieran “sin tener
que rendirle cuentas a nadie” de nuestros actos.
Volvamos a nuestro título de portada, “retribuir” de ser
conscientes de nuestros orígenes y de los “derechos adquiridos” de disfrutar de
las bondades de este mundo, del cual justo es decirlo “estamos de paso” y de
que cuando nos llegue el momento de partir “no nos llevaremos nada de él” el simple hecho de “ser y estar” debería ser
un disparador de gratitud por todas las oportunidades que se nos ofrecen en un
nuevo día de vida del que disponemos, quizás sin darnos cuenta, de que
constituye “un verdadero presente” de los dioses.
Hugo W Arostegui
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