Hay veces en los que
un día te levantas, parece que es un día más en el que piensas que será muy
fugaz. Te miras al espejo, observas una mirada, una mirada mezclada por un
sinfín de emociones que inexplicablemente sientes que han partido muy veloz. Te ahogas en un mar de recuerdos que habías creído estaban muertos y es entonces que a partir de aquel
reflejo, que sientes una gran necesidad de volar, de salir e intentar perderte
aunque sea un día más.
Tomas un par de suspiros como si cada uno de ellos contuviera
lo indomable que se ha vuelto darle a la vida un sentido, intentando comprender lo que sientes dentro.
La tristeza te saluda nuevamente,
como señalando que siempre está presente. Tienes una sensación de desolación,
te cuestionas sobre qué es lo que te ocurre y que duele en tu interior.
Quieres
encontrar y no dejas de buscar, extrañas aquel sentimiento de no sentir nada, no entiendes a dónde
se ha marchado cuando tanto lo has necesitado.
Entonces miras al cielo esperando que te
regale un poco de consuelo y es ahí cuando la soledad aparece de nuevo,
manifestando que en realidad nunca ha muerto, sólo se había hecho a un lado,
pues sabía que estabas contento.
La soledad te mira
con un veneno disfrazado de ternura, recuerdas como te aconsejaba, pues ella
era más que tu amiga. Te sientas a su lado y de nuevo vuelves a tomar su mano,
platican como si su amistad fuera la de dos hermanos. La miras a los ojos y descubres que siempre
has tenido miedo de estar
en solitario, sin embargo, no es tan mala lo haz notado. Hablan
y hablan, poniéndose al tanto luego de estar un tiempo cada quien por su lado.
Recuerdas como eras hace apenas un año, memorizas aquel dolor que te llevó
hasta una clínica y es ahí cuando reflexionas que de no haber sido
insoportable, no te hubieras transformado en lo que eres, pues eres tú el
responsable.
El dolor está presente, incrustado en nuevas
lecciones, apareciendo nuevamente, tomando cascadas de tus lágrimas,
imprimiendo recuerdos de palabras, alejándote del odio y convenciéndote
de que el recuerdo es sobrio.
Abres tu conciencia, miras las paredes, ahí están
resanando, limpiando, acomodando cada incierto en el caos y el orden. Sabes que eres ese rayo que alcanzó tu cambio
y que te convirtió en un mejor ser
humano. Los
silencios a veces queman, a veces envenenan, provocando que los sentimientos se
ahoguen en mares de dolor cuando ellos te desbalancean.
Efectos encadenados son los que te lastimaron
después de haber roto la armadura que protegía lo que tanto escondía.
Perdiendo la fe, aquella arma que se activa persuadiendo para controlar
la rabia seca cada vez que un sueño o una expectativa no se cumple.
Tú miras, tú naces, tú creces, la esencia que te
hace brillar son los triunfos que conseguiste atándote al ardor de tus venas
cada que saliste de esas aguas negras, pues te conoces como un valiente. Sintiendo todo no diciendo
nada, fingiendo algo que no es del todo cierto, buscando complacer a los demás
aunque sea sólo un momento, cuando en realidad buscas no mirarte; suena raro,
pero es cierto.
Tu pensamiento es eterno, es el arma que atraviesa
el tiempo, por eso los acontecimientos te atan, pero los sentimientos son libres, te lo confieso.
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