Hay cosas que no solamente cuestan entender sino que el
simple hecho de aceptarlas implica un reconocimiento de la gran dicotomía que
desde siempre ha estado latente entre nosotros los siempre sobrevalorados
humanos a quienes nos cuesta cada vez más intentar disimular, ni digo
justificar, las flagrantes contradicciones que nos definen como especie, dominamos
el mundo que nos rodea, nos deslumbramos ante el poder de nuestro intelecto y
de nuestra indudable capacidad creativa, pero tampoco existen dudas de que
somos los mayores depredadores del medio ambiente en el cual vivimos, que
nuestra ambición, deseo de poder y el consecuente sometimiento, carecen de
límites ni de valoraciones morales que pudiesen de alguna manera oficiar como un
marco, un paradigma, que nos sirviera de referencia en cada una de nuestras acciones.
Cuando tomamos conocimiento de que hay personas que por
definición son nuestros semejantes, que pareciera que no tienen otra cosa más
que hacer que el dedicarse a destruir todo lo que encuentra sin el mínimo
sentido de responsabilidad por aquello que hace, simplemente lo hace sin
siquiera rozarle ni pasarle por las antípodas de que la criatura humana es en
sí misma un ser creativo que transforma agregando valor a todo lo que pasa por
sus manos, el observar el comportamiento de tales destructores de su entorno
como lo suelen hacer aquellos que hacen parte de “nuestra especie” que hasta
pueden ser integrantes de nuestra propia familia o nuestros núcleos sociales
más íntimos, tendremos que concordar de que tal forma de proceder es
sencillamente inadmisible, que es algo que no toleraríamos en un irracional cuadrúpedo
, por no decir lisa y llanamente un burro que no sabe tolerar ni convivir con
su propia burricie.
Así las cosas
Hugo W Arostegui
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