lunes, 10 de octubre de 2016

Incongruencias




Solemos escuchar algunas afirmaciones del más variado tenor que nos hacen pensar en aquella tan comentada frase de la niña genio Mafalda cuando nos dijo: ¡paren el mundo que me quiero bajar!

Vivimos rodeados de incongruencias como la del poeta que antes de ser internado por tiempo indefinido en un psiquiátrico declamaba a viva voz:
“la gallina esquizofrénica pone huevos
sicodélicos”

O las estrofas de aquel cantor que al compás de su guitarra entonaba:
“de las aves que vuelan me gusta el chancho, me gusta el chancho”

“En ocasiones afirmamos cosas que contradicen nuestras acciones. Si digo que soy una persona generosa pero no ayudo a los demás, estoy diciendo una incongruencia, pues lo que digo y lo que hago no coinciden.

La incongruencia no es necesariamente una mentira, ya que alguien puede creer honestamente que dice la verdad aunque sus palabras no sean ciertas. La no correspondencia entre las palabras que decimos y nuestra conducta es la expresión de una contradicción interna.

Si alguien quiere lograr un objetivo pero no actúa en consecuencia nos encontramos con otra contradicción.

Así, si digo que quiero mejorar mi inglés pero no estudio más estoy siendo incongruente.

Mundos contradictorios

El mundo de los sueños no cumple con las reglas del sentido común. Cuando soñamos tenemos vivencias que pueden ser absolutamente incongruentes. Puedo soñar que estoy volando por encima del Sol o que un dragón sale de mi boca. En el mundo onírico la idea de incongruencia tiene un sentido muy diferente al mundo real.

Algunos fenómenos paranormales tienen una dimensión incongruente, ya que no se ajustan al sentido común y van más allá de la lógica y la racionalidad.”

Este es nuestro mundo y así somos, o así estamos, vaya uno a saber, si me pidieran una opinión, cosa que no me han hecho, lo que respondería es, que con la fama que nos hemos ganado, de ser depredadores natos de nuestro medio ambiente, no sería nada extraño que se nos diga que hicimos lo mismo con la poca cordura que nos quedaba.

Hugo W. Arostegui


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