El siguiente texto de Séneca, el
filósofo cordobés del Siglo I puede servir como clarificador de lo que estamos
diciendo:
“Todos desean vivir bienaventuradamente;
pero andan a ciegas en el conocimiento de aquello que hace bienaventurada
la vida; y en tanto grado no es fácil el llegar a conocer cuál lo sea.
Ante todas cosas, pues, hemos de proponer cuál es
la que apetecemos, después mirar por qué medios podremos llegar con mayor
presteza a conseguirla, haciendo reflexión en el mismo camino, si fuere
derecho, de lo que cada día nos vamos adelantando, y cuánto nos alejamos de
aquello a que nos impele nuestro natural apetito.
Todo el tiempo que andamos vagando, sin llevar otra
guía más que el estruendo y vocería de los distraídos que nos llama a
diversas acciones, se consume entre errores nuestra vida, que
es breve, cuando de día y de noche se ocupa en buenas obras.
Determinemos, pues, a dónde y por dónde hemos
de caminar, y no vamos sin adalid que tenga noticia de la parte a que se
encamina nuestro viaje: porque en esta peregrinación no sucede lo que en otras,
en que los términos y vecinos, siendo preguntados, no dejan errar el camino;
pero en ésta el más trillado y más frecuentado es el que más engaña.
En ninguna cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado
que en no ir siguiendo, a modo de ovejas, las huellas de las que van
delante, sin atender a dónde se va, sino por dónde se va: porque ninguna cosa
nos enreda en mayores males, que el dejarnos llevar de la opinión,
juzgando por bueno lo que por consentimiento de muchos hayamos recibido,
siguiendo su ejemplo y gobernándonos, no por razón, sino por imitación, de
que resulta el irnos atropellando unos a otros, sucediendo lo que en las
grandes ruinas de los pueblos, en que ninguno cae sin llevar otros muchos tras
sí, siendo los primeros ocasión de la pérdida de los demás”.
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