La permeabilidad es una característica innata en todos nosotros, nacemos
como un papel en blanco delante de un escritor, predispuestos a ser cubiertos
con palabras interesantes.
En el momento que escriben en nuestro papel y sentimos que esa tinta nos
impregna, optamos en muchas ocasiones por una actitud inmovilista que no
permite borrar ni añadir nada a nuestro escrito que no tenga que ver con lo que
ya hay plasmado dentro.
Se nos olvida que esta sociedad evoluciona, cambia, y resulta
interesante en cada una de nuestras vivencias, es obvio que la vida tiene un
carácter sumativo, todo lo vivido ya forma parte de nuestra “mochila” pero
recurrir a esto para no permitirnos a nosotros mismos crecer, aprender y
escuchar a otros es un error.
Las emociones son
etéreas, tienen esa capacidad de entrar y salir de nosotros independientemente
de las capas que pongamos para que no perturben nuestra “calma”, y en este
intento de no sufrir o no dejar que otro pueda influir en nosotros, como si lo
que ya somos no fuera precisamente fruto de muchos otros que ya pasaron por
nuestra vida cuando aún había hueco en nuestro papel para escribir, nos
convertimos impermeables a nuevas ideas.
Muchas veces mi imaginación me permite observar como algunas
personas inician conversaciones, da igual lo que se digan, como lo
digan… no se van a convencer ninguno de nada porque parten de una actitud
rígida e inmovilista, muchas veces ni siquiera se escuchan el uno al otro, sólo
hablan y piensan en que seguir argumentando.
Puede que sea miedo a que “muevan cimientos” que siempre habían creído
imperturbables, o que traten de ocultar inseguridad, como cuando un profesional
se cierra ante alguien usando de parapeto su profesión, quizás por miedo a no
parecer tan capaz, o más triste aun, por considerar que su título le da
potestad para ningunear las ideas de quien no son de su gremio o no tienen
estudios, como si pensar estuviese solo limitado a aquellos que han estudiado.
Cuando viene a mi mente esta hipótesis siento tristeza, lamento que
no estén predispuestos a aprender de todo lo que se encuentran y de todas las
personas con las que tienen la oportunidad de coincidir en la vida, da igual no
estar de acuerdo con quien tenemos delante, lo que ya pensamos y sentimos
debería ser un filtro para cuestionar si lo que llega nuevo merece un hueco en
nuestro rincón de las ideas o simplemente debe ser obviado.
Es habitual fijarnos en lo que hace la otra persona que no nos gusta.
Incluso se lo hacemos saber, no siempre de buenas maneras. Pero, ¿qué pasa con
todo lo positivo que nos aportan los demás? La realidad es que, cuando
se trata de hacer cumplidos, no estamos tan predispuestos a comunicárselos a
quienes nos rodean.
¿Esto por qué pasa? El caso es que este hecho puede tener diferentes
orígenes. Por un lado puede deberse a que nos dé vergüenza. Tal vez
consideramos que la otra persona ya sabe lo que nos gusta de ella y no es
necesario decírselo. O puede que no sepamos muy bien cómo transmitírselo sin
que nos resulte forzado
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