sábado, 30 de noviembre de 2019

Temor A Lo Diferente

El hecho de vivir “globalizados”, de que las culturas se mezclen por la facilidad que hay ahora, en relación al pasado, de viajar más, ha facilitado también que lo diferente cobre otro matiz

Es decir que el hecho de que lo diferente, lo extranjero, se convierta cada vez más en el vecino (porque antes se tenía a distancia en las películas, las pantallas) fragmenta el lazo social que se creía homogeneizado. Así, eso diferente o extranjero quiere decir lo que el otro hace diferente a mí pero cerca de mí. El diferente deja de ser lo exótico lejano para pasar a ser el incómodo próximo.

Su manera de hablar, de vestir, de comer, de usar el cuerpo, de relacionarse con los otros o su color de piel, puede llegar a molestar de una manera muy intensa a una persona. Es entonces cuando, inconscientemente, puede trasladar lo más insoportable de sí mismo –eso que como dice Lacan lo tiene perdido o no localizado– a ese otro que de alguna manera también simboliza “el afuera” o lo que está más allá de una frontera que, precisamente, no es la que delimita un país de otro.

Si lo que no se soporta de sí mismo se localiza fuera, entonces el sujeto puede hacer como si no le concerniera. Puede suscitar incluso el odio por hecho de que el otro no es, no hace, no dice como él.
En la vida contemporánea nos podemos sentir desbordados por el exceso de estímulos que nos rodea.

Sabemos bien que en nuestra época se ha configurado un modelo de experiencia de realidad en el que pareciera imperante siempre estar haciendo muchas cosas, conocer muchas opiniones sobre un mismo tema, saltar de una publicación en redes sociales a otra y así con muchas cosas más, en un ritmo frenético en donde, entre otros efectos, corremos el riesgo de quedar avasallados por ese mar y perder así la brújula de lo que somos, creemos y pensamos. Paradójicamente, el exceso hace que la experiencia del mundo deje la diferencia para encaminarse hacia lo idéntico.

En este sentido, ahora se nos presenta una oportunidad inmejorable y acaso urgente para re-descubrir la diferencia propia de la vida. Desde distintas perspectivas, la idea de lo diferente ha sido reivindicada como un elemento que también da vitalidad al mundo. 

Sin lo diferente, por ejemplo, no tendríamos capacidad de asombro, pues nos podemos sorprender sólo ante aquello que escapa a nuestras previsiones y la manera en que experimentamos la realidad. 

La diferencia activa nuestros sentidos, nos lleva fuera de nuestras creencias y, por lo mismo, es capaz de situarnos en territorios que nunca nos hubiéramos atrevido a pisar.

Ser independiente, vivir fuera de la casa familiar, adquirir el primer automóvil, dejar la universidad… éstas son algunas de las circunstancias en donde se vive con mayor ardor la fuerza de la diferencia, al mismo tiempo que se le busca con más empeño. 

Ser diferente se vive también como un ímpetu por ser arriesgado, creativo, innovador, inquieto: todo ello orientado con un propósito vital que aunque no es sencillo concretar, se sabe que está ahí, animando nuestra existencia.

¿Cómo descubrir lo diferente? En buena medida, relajando nuestros sentidos. Dándonos cuenta de que todo fluye y todo cambia, y aceptando esa mutabilidad. Mirando con atención lo más ínfimo y lo más grandioso, y percibiendo que cada uno de esos elementos tiene el peso específico que lo mantiene presente en nuestro mundo.


¿Y cómo aprender a valorarlo? Sencillo: al tomar conciencia del efecto que eso tiene en nuestra realidad, la manera en que la cambia y, como decíamos, la lleva a un punto imprevisible, siempre nuevo: diferente.

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