viernes, 1 de noviembre de 2019

Solidarios


Más allá de intentar entender la solidaridad en su sentido etimológico o epistemológico, es necesario comprenderla desde su sentido práctico. El significado llega con el hecho de vivirla, sin necesariamente saber que justo aquello se denomina solidaridad. Y es que estamos acostumbrados a entender éste y otros conceptos siempre antes de arrojarse a vivirlos, de tal modo, podemos anticiparnos y elegir racionalmente si estamos dispuesto o no a vivir lo que denominaremos “experiencias de solidaridad”.

De alguna manera, la estructura racional de nuestro ser nos sitúa en la opción de elegir ser solidarios o no, cuándo serlo, con quién serlo, por qué serlo; y luego de esto, cuando tenemos las respuestas relativamente claras, pues nos lanzamos al acto y a la experiencia dotada de seguridad y certidumbre.

Cabe preguntarse entonces dónde se sitúa nuestra propia solidaridad en este gran espectro de formas de solidaridad. Estamos de acuerdo en que todos hemos decidido venir posterior a un acto de renuncia absoluta, renuncia al confort que genera la certidumbre del día a día, confort que provoca no tener que enfrentarse con situaciones de injusticia que te hacen retorcer de la rabia, renuncia a las condiciones materiales que no sabemos por qué resulta tan evidente pensar que es natural contar con ellas, renuncia a una forma de vida, renuncia a la pulsión de anticiparnos a todo.

Sucede que nos encontramos con la situación de un pueblo que muchas veces ha sido beneficiario de la solidaridad internacional –como un caso típico de reacción post catástrofe- pero que en realidad, la misma solidaridad internacional, hasta ahora no ha absorbido su gran capital de resiliencia y resistencia.

Solidaridad es darnos cuenta que somos parte de un sistema que resulta ser más solidario que lo que racionalmente podemos pensar acerca del término. Que esta solidaridad es parte de un proceso dialéctico que va alimentando y condicionando una forma de vida, donde el recibir es igual de importante que el dar, sobretodo que uno es causa y efecto del otro.

En estos términos, no es necesario empecinarme sólo en dar, sino que también en el proceso inverso, ese que me nutre y enseña para seguir dando en función de lo que voy recibiendo, como dos procesos perfectamente opuestos, pero a la vez complementarios.

Es decir, sólo en el momento que abandonemos la idea de solidaridad como parte de un proceso dual donde hay elegidos para dar y elegidos para recibir podremos entender la importancia de ejercer solidaridad independiente de la situación, momento o posición.

Para mí, la forma más efectiva de vivenciar la solidaridad es sentirte beneficiado por las personas a quienes en algún momento pensaste ayudar. La solidaridad se torna efectiva en el preciso momento en que se vive en el sentido inverso a como se pensó. No basta con dar para vivirla, sino más bien el tema esencial radica más en el recibir, en el recibir algo que no esperábamos, en el recibir algo que ni siquiera estábamos pidiendo ni tampoco preparados para recibir.

Solidaridad en el sentido inverso a como comúnmente la concebimos, necesariamente, requiere de una gran capacidad para conmoverse, de una alta dosis de afección, la dosis necesaria para rebelarse frente a una situación o condición de injusticia, y sobre todo, una gran percepción para reconocer cuánto nos pueden entregar quienes creemos que son los que reciben.


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