Las personas nacemos y nos desarrollamos en escenarios sociales.
Necesitamos de estos vínculos diarios con nuestra familia y amigos para
subsistir, para delimitar lo que somos y también para establecer proyectos de
vida. Pero al igual que nos movemos en esta sociabilidad
continua, las personas necesitamos también alimentar nuestra intimidad.
Para ello, es necesario disponer de un espacio propio, de una habitación
propia como diría Virginia Woolf. La privacidad es esencial para
obtener un refugio emocional donde pensar, donde envolvernos en nuestra
introspección y reflexionar sobre nuestra realidad y sobre nosotros mismos.
En nuestra vida existen épocas de intenso trabajo o complejas relaciones
con familiares y amigos. Instantes vitales en que por un momento,
piensas que vives enteramente para los demás y nunca dispones de tiempo para ti
mismo. Seguro que te ha pasado alguna vez…
A veces, por las razones que sean, tendemos a priorizar a los demás,
dejando a un lado nuestros deseos y necesidades. Nos relegamos a un
segundo plano a favor de nuestros queridos o compromisos.
Está claro que en ocasiones, es primordial tener
que dedicarnos a los demás, pero es una certeza que muchas personas entregan
sin saberlo, todo su aliento, esfuerzo, y tiempo a los demás (hijos, parejas,
amistades…e incluso el trabajo), estableciendo una dependencia absoluta. Dejan
de tener un espacio propio, hasta en sus pensamientos. Desdibujándose poco a
poco.
Hemos de tenerlo claro. Para tener relaciones sanas,
también nosotros hemos de considerarnos una prioridad. Debemos reforzar
ese “YO”, alimentándolo con un tiempo para él, ahí donde reconsiderar nuestros
deseos, objetivos y necesidades…
Marcar los límites
El espacio propio es esa zona privada donde existe un límite con el
exterior. Un palacio para nuestra mente y nuestras reflexiones, un espacio
para nuestra intimidad. En estos límites tomaremos conciencia de nosotros
mismos, definiendo cómo queremos relacionarnos con los demás. Es esencial que
no nos invadan nuestro territorio y que nosotros, tampoco invadamos espacios
ajenos.
Esta zona propia no es en absoluto una obligada desconexión del mundo ni
una huida. Se trata solo de un espacio para conocernos, para ver el mundo
desde una ventana y pensar sobre él, y vernos a nosotros integrados en
ese escenario. El espacio propio es esa zona donde nos encontramos frente
a frente con nuestra intimidad.
En nuestra intimidad, en nuestro pequeño refugio es donde aprenderemos a
reflexionar, a comunicarnos con nosotros mismos, a escucharnos, a entender
nuestra coherencia, a reforzar nuestra autoestima y a conocernos
mejor.
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