Las relaciones emocionales establecidas en la infancia
conforman gran parte del futuro de una persona. Así, aunque
tradicionalmente lo racional ha marcado la práctica de educar, las
habilidades emocionales y sociales se hayan fuertemente vinculadas con las
racionales.
Lo que alienta a educar el corazón es la idea de que si hoy nos
ocupamos de las emociones, mañana reduciremos la incidencia de problemas
derivados de emociones conflictivas. Estos problemas pueden ser simples y
cotidianos o verdaderamente graves como la violencia, el suicidio o el consumo
de drogas.
Digamos que a través de la educación emocional desarrollaremos un yo
sano que determine la liberación y la madurez emocional, obteniendo la
sensación de eficacia y de autorrealización.
Otra de las razones por las que debemos educar el corazón para poder
desarrollar la mente es que la plasticidad neuronal propia de la
infancia nos ayudará a moldear el desarrollo cerebral, fundamentando así el
desarrollo de circuitos saludables.
Lo que más nos importa es trabajar los momentos en los que nos atrapa
una emoción, pues es entonces cuando podemos aprender a gestionarlas bien. O
sea, que el aprendizaje es mayor a través de la práctica dado que las
emociones son algo intangible o abstracto que puede resultar complicado
entender sin tener algo con lo que experimentar.
Si bien el término educación emocional resulta muy atrayente,
debemos tener cuidado a la hora de llevarla a cabo. Ni todo vale ni nada queda.
O sea, que al igual que enseñamos con sumo cuidado a sumar y a
restar, debemos implicarnos en instruir al corazón.
La idea es que el niño aprenda a identificar las señales que nos ofrecen
nuestros sentimientos y las usen como base para tomar decisiones adecuadas al
clima afectivo que se respira en el entorno.
Hemos de ser conscientes de que en este barco que se llama planeta Tierra estamos
todos a bordo.
Hacer del mundo una sociedad más formada, educada, comprensiva y justa
es tarea de cada uno de nosotros. De ahí la importancia capital de una
educación igualitaria y bondadosa que nos invite a pensar, a comprender, a
emitir juicios críticos y a ser más empáticos y comprensivos.
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