“buen proceder consiste en
ser sinceros, claros, honestos en todo, unir nuestra alma con la voluntad
Universal, esto es, conducirnos rectamente, hacer a los otros aquello que
deseamos que nos hagan”
Confucio
Confucio
El hombre que moldeó el pensamiento y las costumbres de la
China medieval, sin pretender ser santo ni profeta y mucho menos poseer
la clave de los secretos del Universo. Me refiero a Confucio. Ese, que en medio
de la China feudal y corrupta, propuso una nueva ética personal basada en la
idea de justicia y le confirió al termino “nobleza” un sentido de perfección
moral.
Pero el ser humano siempre ha sido el mismo. La historia no
es más que la repetición cada cierto tiempo de los mismos hechos. Y tanto es
así, que lo sucedido a Confucio, el cual luchó y luchó con los jefes de la
época, para que le confiasen cargos importantes en la administración pública y
le diesen ocasión de llevar a cabo las reformas que requerían y después de
haber obtenido ser gobernador y convertir la ciudad en algo modélica, de la
noche a la mañana, fue despedido.
Y la razón fue simple. Había cambiado el desorden por el
orden, combatió las supersticiones y la subordinación del pensamiento al deseo,
organizó una sociedad bien avenida en la que la relación entre el soberano y
súbdito fuese la misma que entre padre e hijo, sin creer en la aristocracia de
sangre y todo esto, al igual que ahora, era y es inaceptable, porque eso
significa proceder con más franqueza de lo que conviene a un político.
Todo esto es así de simple, antes, ahora y después, porque
para la clase política, y más para los enganchados a la política, este proceder
es como obligarlo a tomar cicuta.
Esto que bien podríamos titular como “introducción a un buen
proceder” en el cual mencionamos nada menos que a Confucio «Maestro Kong» 551- 479 AC,
podría interpretarse en un primer análisis del tema, un tanto apresurado
por cierto, como si admitiésemos que el procedimiento correcto no fuese muy
aconsejable para aplicarlo como “una norma de vida” pues aparentemente quién
optase por esta forma de hacer las cosas correría el serio riesgo de “remar
contra la corriente” en cada una de las acciones que en este aspecto realice.
Pues bien, lo que intentamos transmitir es precisamente lo
contrario, lo que estamos diciendo es que nada podrá sustituir a la integridad
que nos recubre cuando alcanzamos “el punto de equilibrio” entre todo aquello
que pensamos que se debería realizar y lo que efectivamente llevamos a la
práctica en nuestras acciones diarias, cuando todo aquello que nos define como
individuos nos ubica dentro de la ecuación que sentencia: “entre el dicho y el
hecho hay un trecho”.
Sin duda todo aquel que opta por hacer el bien sin mirar ni
tener en cuenta cual sea el destinatario de su proceder, se constituye en ese
tramo imprescindible que hace posible pasar de la mera intención a la
concreción de todo cuánto aspiramos realizar.
Hugo W Arostegui
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