“Solo
se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez es suficiente”
-Mae West-
Somos instantes, momentos pasajeros y una sucesión de
recuerdos. Somos viajeros en el tiempo, en una fracción del mundo en
la que instalamos nuestra vida como si fuera durar para siempre. Pero lo cierto
es que somos fugaces, somos como huellas en la arena que las olas borran al
momento. Sin embargo, a pesar de ello, creemos que somos cemento.
Nos empeñamos en vivir instalados en el cuento de aquello
que nos hiere y en el lamento de no tener lo que nos falta y nos
olvidamos de vivir lo que tenemos. Dejamos que el tiempo se escape sin pensar
que nada es eterno, ni lo que amas ni lo que te hiere, porque en realidad somos
una sucesión de momentos, somos instantes pasajeros.
Lo queremos todo al momento, no tenemos lugar para el
respiro, todo es rápido, todo pasa y nada se disfruta. En el mundo de la comida
rápida, las citas exprés y los horarios repletos de citas de trabajo, hemos
perdido la perspectiva del valor del tiempo, preocupándonos más por el
sufrimiento que por el placer de las cosas simples de la vida.
Somos instantes que vivimos como si fuéramos eternos. Somos
instantes que no disfrutamos de lo que tenemos a nuestro alrededor en todo
momento.
Nos comportamos como si ya hubiera tiempo para disfrutar de lo
bueno cuando, en realidad, nos lo estamos perdiendo.
Y en cambio, cuando algo nos hiere, somos “masocas”
instalados en el sufrimiento.
Nos sumergimos en el dolor y nos abrazamos a la queja como si no hubiera nada
más en el mundo que nuestros problemas. Nos cegamos ante ese dolor y
dejamos de ver que más hay ahí fuera.
Hurgamos en nuestras heridas despacio y sin buscar
soluciones. Nuestras conversaciones se vuelven monótonas día a día porque
paramos nuestros relojes en aquello que nos lastima. Somos instantes
menos cuando sufrimos, entonces somos eternos y dañinos.
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