Decimos que alguien “tiene ínfulas” cuando muestra presunción, vanidad o
aires de grandeza de una manera desproporcionada y generalmente sin motivo
alguno; aparentando cierto “estatus social” o importancia que no le
corresponde.
Las ínfulas eran unas cintas que se usaban en la antigua Roma y que los
personajes de alta clase se colocaban en la cabeza a modo de diadema, de la que
colgaban otras dos tiras conocidas como “vittae” (de color púrpura o blanco).
A mayor número de tiras y mejor calidad en el acabado de las mismas, más
importancia, prestigio o relevancia del personaje que las vestía dentro de la
sociedad.
El significado de esta expresión es tener mucho orgullo o vanidad. Según
José Mª Iribarren:
"La ínfula era una venda o tira a manera de
diadema, de la cual pendían, una por cada lado, dos cintas llamadas vittae.
Solía ser ancha, de color blanco y de púrpura, retorcida a manera de guirnalda,
y con ella se cubría toda aquella parte de cabeza en que hay cabellos hasta las
sienes, atándosela últimamente por detrás con las vittae. Los
sacerdotes paganos y los reyes la usaban como distintivo de su dignidad, o a
modo de diadema".
También nos explica en su libro que: "con las ínfulas se adornaban
los altares y los templos, y particularmente las víctimas que conducían al
sacrificio, y se graduaba la importancia de ellas por el número y riqueza de
las ínfulas que llevaban. De donde se formó el proverbio primitivo de víctima
de muchas ínfulas, que luego se aplicó a los hombres."
Iribarren, José Mª; El porqué de los dichos. Gobierno de Navarra.
Departamento de Educación, Cultura, Deporte y Juventud. Novena edición. Octubre
1996, pg. 22.
Podemos aspirar a ser grandes, pero debemos
lograrlo con y entre la gente. La verdadera grandeza no necesita la humillación
del resto.
El problema de tener ínfulas de grandeza es que nos pone en el plano de
la competencia o en una absurda rivalidad.
Nuestros retos son con cada uno de nosotros. La misión no consiste en
subir a la cima solo para gritarlo a todos los vientos. Si nos ponemos a
alardear, lo único ‘grande’ que conseguimos es caer en el error de la
prepotencia.
Brillar siempre será bueno, pero no podemos “encasillarnos”.
Muchas veces alguien lucha de manera desmedida por llegar a ser el jefe
de la oficina, por tener el mayor número de millones en sus cuentas bancarias o
por vestir con los últimos ‘gritos’ de la moda.
Suele suceder que cuando se alcanzan tales instancias, los únicos
‘alaridos’ que escuchamos son los de nuestras conciencias, las cuales nos ponen
frente a los espejos de la soledad, la tristeza o la depresión misma.
Deberíamos saber que con el solo hecho de tener salud, ya tenemos el
brillo terrenal ganado. Lo demás, entiéndase el trabajo, el dinero, el amor o
la estabilidad, llegan por añadidura.
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